21 de julio de 2007

11 Caminos y legiones

La conquista de Italia [3 de 4 partes]


Por entonces estaba adquiriendo poder en Roma otro Apio Claudio, descendiente del patricio sabino (véase página 17 )y del decenviro tirano (véase página 19). Más tarde se lo llamó Apio Claudio Caecus o «el Ciego», pues posteriormente perdió la vista.

En 312 a. C. fue elegido censor, cargo creado en 443 antes de Cristo, después de redactarse las Doce Tablas. Había dos censores, que se elegían por un período de un año y medio, y sólo los cónsules tenían un rango superior. En un principio, el cargo sólo podía ser ocupado por patricios, pero en 351 a. C. se permitió a los plebeyos acceder a él, y después de 339 a. C. uno de los censores debía ser un plebeyo.

Originalmente, las funciones del censor incluían la supervisión de los impuestos. (La palabra «censor» proviene de una voz latina que significa «poner impuestos».) Para hacer eficientes y justos los impuestos era menester contar a la gente y evaluar sus propiedades. Así se instituyó un census cada cinco años, y todavía hoy usamos la palabra para designar la elaboración de estadísticas concernientes a la población.

Luego, el censor tuvo también el derecho de excluir a determinados ciudadanos de las funciones públicas si habían realizado acciones inmorales. Hasta podían degradar a una persona, expulsarla del Senado o despojarla de algunos o de todos sus derechos de ciudadano si sus acciones demostraban que era indigno de ellos. De aquí proviene nuestra noción moderna de censor, como alguien que supervisa la moralidad pública.

Apio Claudio Caecus fue responsable de una serie de innovaciones. Fue el primero que extendió la ciudadanía romana a individuos que no poseían tierras. Esto suponía el reconocimiento del hecho de que estaba surgiendo en Roma una clase media: mercaderes y artesanos —o, en otras palabras, hombres de negocios—, cuya prosperidad provenía de fuentes distintas de la agricultura y cuya existencia era necesario aceptar. Claudio también estudió gramática, escribió poesía y fue el primer romano que puso por escrito sus discursos. Es considerado el padre de la prosa latina, y se ve en él que Roma estaba convirtiéndose en algo más que un conjunto de agricultores y soldados. La cultura estaba empezando a penetrar en la ciudad, y algunos romanos comenzaban a pensar tanto como a actuar.

Pero la acción más importante de Apio Claudio la llevó a cabo en 312 a. C., cuando supervisó la construcción de una buena ruta desde Roma hacia el Sudeste, a través del Lacio y la Campania, hasta Capua, una distancia de 211 kilómetros. En un principio quizá estuvo cubierta de grava, pero en 295 a. C. fue empedrada en su totalidad con grandes bloques de piedra. (En años posteriores se la extendió a través del Samnio y Apulia hasta el talón mismo de la bota italiana.)

Fue el primer camino empedrado que construyó Roma, pero en siglos posteriores, cuando dominó un vasto sector del mundo antiguo, los caminos romanos se extendieron por todas partes y sirvieron como rutas por las cuales se podía trasladar ejércitos de una parte a otra del dominio según lo exigiese la ocasión.

Todos los caminos partían de Roma, por supuesto, y aún usamos la frase «todos los caminos conducen a Roma» para significar que ocurrirá algo inevitable, por muchos intentos que se hagan para evitarlo. Los caminos fueron construidos para que durasen y constituyen una de las gloriosas realizaciones de los romanos, pues en ningún período anterior de la Historia del mundo se creó en una región tan grande un sistema de comunicaciones tan denso y eficiente.

Los caminos romanos (que se deterioraron lentamente con los siglos) sirvieron a la población de Europa durante mil años y más después del fin del período romano. En realidad, no se hizo nada mejor hasta mediados del siglo XIX, cuando empezó a extenderse por las tierras una red de ferrocarriles.

El camino construido por Apio Claudio no fue sólo el primero, sino también el más conocido de los caminos romanos. Los romanos lo llamaron la Vía Appia, por el censor que lo construyó.

Su finalidad inmediata era servir al ejército romano como medio eficaz para llegar a Campania y volver de ella y de este modo poder combatir mejor a los samnitas. Para este fin, el camino fue muy útil.

Además, la habilidad romana en el arte de la guerra estaba mejorando gracias a la experiencia que proporcionaban las duras batallas con los tenaces samnitas.

En los días anteriores a la invasión gala, los romanos luchaban en forma similar a otros ejércitos. Reunían a los hombres capaces de combatir en una sola masa que no era tan grande como para ser difícil de manejar. Esta masa, que tenía de 3.000 a 6.000 hombres, era llamada una legión (de una palabra latina que significa «reunir»).

La legión estaba armada con largas espadas y arremetía contra el enemigo al unísono, con la esperanza de que el peso de la carga destruyese las líneas enemigas. Cuál de las partes ganase la batalla dependía de cuál de ellas lograse coger al enemigo por sorpresa o desequilibrarlo o superarlo en número. A igualdad de otros factores, podía depender de cuál de las partes cargase con mayor fiereza o pudiese resistir lo suficiente para permitir la llegada de refuerzos.

Durante toda la antigüedad se usó este ataque en masa. Fue llevado a su más alto grado de perfección con la falange macedónica, que fue imbatible mientras funcionó a la perfección.

Pero en el siglo IV a. C., los romanos convirtieron la legión en una máquina para la conquista del mundo. Según la tradición, el cambio empezó con Camilo. Durante el largo sitio de Veyes mantuvo el ejército en armas durante largos períodos, y no sólo para breves campañas en aquellos intervalos en que los soldados podían dejar sus faenas agrícolas. Mantener a los hombres en armas durante largos períodos implicaba que era menester pagar a los soldados, y Camilo fue el primero que instituyó tal paga. También implicaba que se disponía de tiempo suficiente para entrenar a los soldados en maniobras más complicadas que la mera carga a una señal dada.

La legión llegó a constituir un cuerpo complejo, con 3.000 hombres pesadamente armados, 1.000 ligeramente armados para maniobras más rápidas y 300 jinetes (o caballería) para maniobras aún más veloces. La legión era ordenada en tres líneas, todas las cuales llevaban pesadas y cortas espadas. Las dos primeras líneas llevaban también cortas jabalinas arrojadizas, mientras la tercera llevaba las espadas largas más comunes.

Las dos primeras líneas eran divididas en pequeños grupos llamados manípulos (de una palabra latina que significa «puñado»), formados por 120 hombres cada uno. Los manípulos eran colocados dejando espacios entre ellos y las dos líneas eran dispuestas de tal modo que los manípulos formaban como un tablero de ajedrez.

La primera línea avanzaba sobre el enemigo, arrojaba sus jabalinas y cargaba con sus espadas. Después de hacer considerables estragos, retrocedía, y la segunda línea, fresca y descansada, hacía lo mismo, mientras la tercera línea permanecía como reserva a la espera de lo que pudiera suceder, por ejemplo, la llegada de refuerzos enemigos.

Si un ataque repentino del enemigo o algún otro infortunio hacía retroceder a la primera línea, los manípulos de ésta podían ocupar los espacios que dejaban los manípulos de la segunda línea. Así, la retirada convertía a la legión en una sólida falange que podía resistir firme e inamoviblemente (como sucedió muchas veces).

La legión era perfecta para un terreno montañoso y desigual. Una sólida falange siempre podía ser desquiciada si no marchaba como una unidad perfecta. La legión, en cambio, podía expandirse. Los manípulos podían abrirse camino por las obstrucciones y luego reunirse nuevamente, si era necesario. La falange era como un puño, mortal, pero nunca podía abrirse. La legión era como una mano que puede extender ágil y sensiblemente los dedos, pero que puede cerrarse en un puño en cualquier momento.

El arte en desarrollo de la legión como estructura bélica estaba dando la ventaja a los romanos sobre los samnitas. Esto se puso claramente de manifiesto cuando, en 312 a. C., las ciudades etruscas, meras sombras de su antigua grandeza, se pusieron en acción. Un largo período de paz, reforzada por tratados, llegó a su fin; los etruscos pensaron que, estando Roma ocupada en el Sur, era tiempo de que Etruria luchase por su libertad.

Pero los romanos, en absoluto amedrentados, enviaron legiones al Norte y al Sur y libraron vigorosamente una guerra de dos frentes. En ella se distinguió el general romano Quinto Fabio Máximo Ruliano. Anteriormente, en la guerra contra los samnitas, Fabio había atacado y derrotado (contraviniendo órdenes) a un ejército samnita durante la ausencia del dictador Papirio Cursor. Este, a su retorno, estaba totalmente decidido a castigar y quizá hasta a ejecutar a Fabio, pues para ese hombre rígido la victoria no era una excusa para la desobediencia. Pero sí lo era para los soldados, y Papirio dejó en libertad a Fabio ante la amenaza de una rebelión.

Luego Fabio recompensó a Roma conduciendo un ejército a la lejana Etruria Septentrional y derrotando a los etruscos allí donde los encontró. Estos se vieron obligados a abandonar la lucha en 308 a. C.

Mientras tanto, Papirio Cursor expulsó completamente a los samnitas de Campania, y en 305 a. C. invadió el mismo Samnio. Los samnitas no vieron otra solución que hacer la paz, aunque sólo fuera para obtener un respiro que les permitiese luego reanudar el combate. En 304 a. C. se firmó la paz y llegó a su fin la Segunda Guerra Samnita. Los samnitas renunciaron a toda la Campania, pero conservaron su fuerza esencial en el Samnio.


Isaac ASIMOV, «La conquista de Italia», en La República Romana, capítulo 3, páginas 31-34.

No hay comentarios.: