9 de octubre de 2006

Castel Gandolfo

Este domingo Su Santidad Benedicto XVI volvió a rezar el Ángelus en el Vaticano desde el balcón de sus estancias con vista a la Plaza de San Pedro frente a numerosos fieles allí reunidos. Todos los domingos del verano, hasta el domingo pasado inclusive, estuvo rezándolo en su residencia veraniega ubicada en el pueblo de Castel Gandolfo.

Con Monia, que fue mi maestra de italiano, y mis compañeros del grupo, una vez que terminamos las cien horas-clase, decidimos visitar este pueblito, aunque no fuese para ver al Papa. Pensamos que no es un gran problema pues viviendo en Roma habrá más ocasiones –esperamos– para rezar con él a lo largo del año.

Así pues, apenas terminado el rezo de las Laudes en la comunidad, salí volando a la central de trenes de Roma que se llama Termini, para abordar, por primera ocasión desde mi llegada, un tren con esa dirección. Compré mi boleto en una máquina automática, busqué mi andén y, como Castel Gandolfo, a sólo 25 Km de Roma, es una estación de paso, revisé en un tablero las paradas previas. Llegó el ferrocarril de segunda, –los carros un poco decepcionantes para ser mi primer viaje en estas tierras–, y lo tomé. Fui contando las estaciones. Entramos al área boscosa del lago volcánico de Albano. A la séptima, bajé. Bajaron también un grupo de scouts y un grupo de personas extranjeras en su plena tercera edad. La estación desierta, colocada a media colina, entre un hermoso lago y la cima. Tras leer los horarios de regreso, me pregunté si hubiera sido buena idea comprar mi boleto de regreso estando en Términi. El grupo de scouts tomó la carretera hacia abajo, los ancianos hacia arriba. Caminé tras estos últimos, pues los vi seguros y supuse que los niños irían al Lago. Subimos hasta la cima por una escalera y una placa nos avisó: Via del Palazzo Pontificio. No había duda.

Castel Gandolfo toma su nombre del Castillo de la familia de los Gandolfi, señores del feudo en el siglo XII. Pero su historia es legendaria. Se remonta 1300 años antes de Cristo, cuando, según se dice, Ascanio, uno de los hijos del famoso héroe Eneas, fundó el pueblo de Alba Longa, convirtiéndose en el pueblo madre de los latinos, sede de la confederación latina, y destruido siglos más tarde (s. VII a. C.) por los romanos tras haberla acusado de traición en una guerra contra los etruscos.

Trescientos años antes de Cristo, en plena época republicana, la zona comenzó a ser usada por los romanos para construir algunas de sus lujosas villas, pues el clima, a decir verdad, es más benévolo cuando hace un calor infernal en Roma… Pero no fue sino hasta el más o menos el año 1216 de nuestra era cuando los marqueses Gandolfi (Candulphis, en el latín de entonces) se arriesgaron a levantar un castillo, que pasó luego a ser de los Capizucchi, poco después a los Savelli y al último fue adquirido, mediante venta forzada, por la Camera Apostólica el 1604 (o en 1597?).

Una vez que fue propiedad del Papado, fue Urbano VIII Barberini, papa de 1623 a 1644, quien transformó la antigua residencia en Palacio Pontificio, gastando en ello, no está de más recordarlo, fuertes sumas de dinero. De hecho, veraneó allí ya desde el año 1626. Tras adquirir más terrenos y viñas, se proyecto una nueva construcción bajo la responsabilidad del maestro Carlo Maderno. Para 1659, fue el papa Alejandro VII quien encargó a su celebérrimo artista Bernini el arreglo de la plaza, de su fuente, así como la construcción de una iglesia dedicada a santo Tomás de Villanova, un santo que a él mismo le había tocado canonizar… En 1660 se amplió también el edificio y se le construyeron sus murallas.

Como sea, Castel Gandolfo continuó siendo el lugar preferido de los papas para veranear hasta el año 1870, cuando el Papa Pío IX decidió declararse “prisionero” en el Vaticano. Entonces el Palacio no fue utilizado más... sino hasta 1929, cuando fue reconocido como propiedad (extraterritorial) del Estado de la Ciudad del Vaticano. De inmediato, no faltaba más, el Papa Pío XI dispuso que tanto el Palacio como los jardines y sus obras maestras fueran dotados de su antiguo esplendor. En su interior se encuentra el Observatorio Vaticano, que cuenta con un famoso telescopio en la azotea.

En esta residencia murió el beato papa Paulo VI el 6 de agosto de 1978. Desde ella Juan Pablo II otorgó en 1981 su encíclica Laborem Exercens sobre el trabajo como clave de la cuestión social.

La presencia papal en este pequeño poblado de nada más 7,930 habitantes propició que el presidente le otorgara el título de “Ciudad” en 1994 y que se le considere ciudad hermanada con Chateauneuf du Pape, en la región de Aviñón, Francia.

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Tras un paseo solitario por sus calles exquisitas y miradores abundantes, me encontré a medio día con mis compañeros y mi maestra en la plaza central. Como la comida en este lugar valía la friolera 30 euros, Monia nos había hecho favor de reservar en un restaurante más barato, que resultó muy lindo junto a la orilla del lago.

El Lago Albano es una maravilla volcánica y tiene también su historia, pues el año 398 a. C., durante el asedio de Veio, los romanos excavaron un túnel en plena roca viva de kilómetro y medio de largo, para regular el nivel del agua; la reserva se convirtió en una importantísima obra de ingeniería hidráulica y es posible verla todavía hoy.

En resumen, comimos y bebimos a gusto a orillas del lago y conocimos Castel Gandolfo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Carlos....que gusto tener noticias tuyas, y realmente me parece extraordinaria la manera en que relatas tu visita al Castillo Gandolfo, y me parece que aprenderás mucho estando directamente en los lugares, en los cuales tenías referencia por la lectura, sigo pendiente, saludos cordiales.

Çhªrl¥ ©® dijo...

Gracias Adrián.
En realidad me ha parecido una experiencia inigualable conocer nuevos sitios.
Sobre Castel Gandolfo quiero aclararte dos cosas que a lo mejor expliqué mal: primero, ése es el nombre de todo el pueblo-ciudad, no sólo de una construcción. Segundo, no entré a dicho Palacio Pontificio, sino que sólo lo vimos por afuera, dimos un paseo por el lugar y luego fuimos a comer a orillas del lago.