30 de diciembre de 2006

07 La decadencia de los etruscos

Superviviencia de la República [3 de 4 partes]


Las querellas internas de Roma podían haber provocado su fin a manos de algún vecino agresivo, pero ya entonces se manifestó la buena fortuna que iba a acompañar a los romanos durante muchos siglos. Los vecinos más peligrosos eran los etruscos, pero éstos ya habían iniciado una rápida decadencia.

Gracias a la labor de Porsena, Roma y las otras ciudades latinas no parecían constituir un peligro para los etruscos, quienes entonces trataron de expandirse por las exuberantes y fértiles regiones situadas al sur del Lacio. Estas regiones formaban la Campania, la parte más rica de Italia en tiempos antiguos.

No parecía haber ningún obstáculo ante los etruscos, excepto las ciudades griegas, pero éstas, como siempre, estaban desunidas y era posible enfrentarlas una por una. En 474 a. C., los etruscos pusieron sitio a Cumas, la más septentrional de las ciudades griegas de la Magna Grecia.

Pero desgraciadamente para los etruscos, el asedio se produjo en un momento culminante de la historia griega. En la misma Grecia, el poderoso Imperio Persa había sido derrotado; en Sicilia, las fuerzas cartaginesas habían sufrido un abrumador golpe. En todas partes los griegos se sintieron triunfantes. Para ellos, no había ningún «bárbaro» demasiado difícil de derrotar.

Por consiguiente, cuando Cumas pidió ayuda, su llamado fue escuchado. Fue a su rescate Gelón, gobernante de Siracusa. Seis años antes había derrotado a los cartagineses, y estaba muy dispuesto a extender su poder a Italia. Envió al Norte sus barcos y los etruscos fueron totalmente derrotados.

Fue una derrota definitiva, pues nunca más los etruscos osaron aventurarse por el sur de Italia.

En lugar de los etruscos, pasaron a primer plano en el Sur las tribus nativas italianas. Las principales de ellas eran los samnitas. El centro de su poder era el Samnio, que estaba al este y el sudeste del Lacio.

Derrotado el poder etrusco por los griegos, los samnitas penetraron en la Campania y se apoderaron de ella. En el 428 a. C. tomaron Capua, la mayor ciudad no griega de la región.

Pero si los etruscos tuvieron que retirarse del Sur, peor les fue en el Norte.

Por la época en que los villanovianos (véase página 3) entraron en Italia, otro grupo de pueblos, los galos, avanzaron detrás de ellos y ocuparon buena parte de Europa al norte de los Alpes.

Después del 500 a. C., tribus galas se abrieron paso a través de la barrera de los Alpes, que encerraban la Italia Septentrional en un semicírculo, y empezaron a chocar con los colonos etruscos del fértil valle del Po. Poco a poco, a medida que pasaron los años, los galos extendieron su dominación. Y a medida que los galos avanzaban sin pausa, los etruscos se retiraban, hasta que todo el Valle del Po constituyó lo que fue llamado la Galia Cisalpina, que significa «la Galia de este lado de los Alpes»: «este lado» desde el punto de vista de Roma, por supuesto.

(La región situada al oeste y al norte de los Alpes fue llamada a veces la Galia Transalpina, o «la Galia del otro lado de los Alpes». Pero la Galia Transalpina era tanto mayor que la otra y, en siglos posteriores, fue tanto más importante, que se la llamó sencillamente «la Galia».)

A fines del siglo v, los etruscos estaban evidentemente en una crítica situación. Derrotados y expulsados de Campania y del Valle del Po, ahora tuvieron que luchar desesperadamente y sin éxito para mantener a los galos fuera de la misma Etruria. Los galos efectuaron devastadoras correrías por el corazón del país, y los desalentados etruscos sólo hallaron seguridad dentro de las murallas de sus ciudades.

Mientras los desastres se acumulaban año tras año para los etruscos, los romanos obtuvieron en forma creciente la libertad de reñir entre sí y contra las otras ciudades del Lacio.

La lucha no fue siempre fácil. Los volscos extendían su dominación sobre la mitad sudoriental del Lacio (avance que quizá fue la base de la leyenda de Coriolano) y se aliaron con los ecuos, tribus que habitaban en las regiones montañosas de los bordes orientales del Lacio.

En relación con las guerras que los romanos libraron contra los ecuos hay una leyenda que siempre ha gozado de gran popularidad, la de Lucio Quincio Cincinato. Era un patricio del mismo género de Coriolano, contrario al tribunado y a toda ley escrita. Pero es también pintado como un modelo de virtud e integridad de viejo estilo. Vivía frugalmente, trabajaba él mismo sus tierras y era un patriota completo. Cincinato se había retirado disgustado a su finca, negándose a intervenir en la política, porque su hijo había sido exiliado por usar un lenguaje violento contra los tribunos.

En 458 a. C., los romanos estaban fuertemente acosados por los ecuos, y un cónsul y todo su ejército se vieron amenazados por el desastre. Entonces se llamó a Cincinato. Se le nombró dictador. Según la ley romana, éste era un funcionario dotado de poder absoluto que se designaba en momentos muy difíciles, pero sólo por un lapso de seis meses. La palabra proviene de una voz latina que significa «decir», porque todo lo que el dictador decía era ley.

Cuando se le informó de su designación, Cincinato estaba arando su campo. Dejando el arado donde estaba, se marchó al foro, reunió un nuevo ejército, avanzó rápidamente hacia el lugar de la batalla, atacó a los ecuos impetuosamente, los derrotó, rescató al cónsul y su ejército y volvió a Roma, todo ello en un día. (Es demasiado para que sea cierto.)

De vuelta en Roma, Cincinato renunció inmediatamente a la dignidad dictatorial, sin ningún intento de usar su poder absoluto ni un momento más de lo necesario, y volvió a su finca.

Estatua_de_Cincinato_en_Cincinnati_USA_2004por_Rick_Dikeman

(Este ejemplo de virtud, del uso del poder sin abuso, impresionó mucho a las posteriores generaciones. Al final de la Guerra de la Independencia Norteamericana, George Washington pareció un nuevo Cincinato. Por ello, los oficiales del Ejército Revolucionario formaron «La Sociedad de los Cincinnati» —usando el plural latino del nombre— una vez terminada la guerra. En 1790, una ciudad de orillas del río Ohio fue reorganizada y ampliada por un miembro de la Sociedad, y fue llamada Cincinnati en su honor.)

Mientras Etruria era devastada por los galos, los ejércitos romanos hasta se volvieron triunfalmente contra sus viejos opresores. La más meridional de las ciudades etruscas era Veyes, situada a sólo 20 kilómetros al norte de Roma. Era ciertamente más grande que Roma, y hasta quizá haya sido la mayor de todas las ciudades etruscas.

Las leyendas romanas hacen de Veyes una persistente enemiga de Roma y muestra a las dos ciudades casi constantemente en lucha, con no menos de catorce guerras entre las dos. Tal vez haya en esto alguna exageración, pues durante la mayor parte de los primeros tres siglos y medio de la historia romana, Veyes debe de haber sido, con mucho, la más fuerte de las dos ciudades, y Roma debe de haberla tratado con mucha cautela.

Pero ahora que Etruria estaba totalmente absorbida en la lucha contra los galos, Roma avanzó al ataque. En 406 a. C., los romanos pusieron sitio a la ciudad y, según la tradición, lo mantuvieron durante diez años bajo la conducción de Marco Furio Camilo. Finalmente, en 396 a. C., fue tomada y destruida, y su territorio anexado a Roma.

Después de la victoria, sigue el relato, Camilo fue acusado de haber distribuido sin equidad el botín. Lleno de cólera, abandonó a su ingrata ciudad en el 391 a. C. para marchar a un exilio voluntario.

Isaac ASIMOV, «Superviviencia de la República», en La República Romana, capítulo 2, páginas 20-22.

29 de diciembre de 2006

06 Patricios y plebeyos

Superviviencia de la República [2 de 4 partes]


El fin de la monarquía dejó a Roma gobernada por una oligarquía, es decir, por unos «pocos», que en este caso eran los patricios. Sólo los patricios podían ser senadores; sólo ellos podían ser cónsules, pretores o cuestores.

En verdad, parecía que los únicos romanos verdaderos eran los patricios y que los plebeyos, aunque servían para trabajar en las fincas y combatir en las filas del ejército, no servían para tomar parte alguna en el gobierno.

Después de las guerras con los etruscos y los latinos, los tiempos fueron realmente duros, y la suerte de los plebeyos se hizo intolerable. Las fincas habían sido saqueadas, los alimentos eran escasos, los pobres estaban endeudados y a los patricios esto no parecía importarles.

¿Por qué habrían de preocuparse los patricios? Ellos estaban suficientemente bien como para sobrevivir a los tiempos duros. Y si un agricultor plebeyo se endeudaba, las leyes sobre las deudas eran tan inexorables que el plebeyo tenía que venderse a sí mismo y vender a su familia como esclavos para pagar la deuda. Y era con los terratenientes patricios con quienes se endeudaban los plebeyos y de quienes entonces se convertían en esclavos.

El líder del partido patricio de la época era Apio Claudio. Este era un sabino de nacimiento, pero fue siempre partidario de los romanos, y de joven había llevado un gran contingente a Roma y combatido lealmente por su ciudad adoptiva. Fue aceptado como patricio y elegido cónsul en 495 a. C. Gobernó con mano dura, y a los plebeyos debe de haberles sabido muy mal que el más implacable ejecutor de las implacables leyes concernientes a las deudas ni siquiera fuese un romano nativo.

Para los plebeyos, Roma no era su ciudad, y en 494 antes de Cristo decidieron abandonar Roma y fundar una nueva ciudad propia en una colina situada a cinco kilómetros al este. Se marcharon un número considerable de ellos, y los patricios, que no podían permitirse perder una parte tan grande de la población, tuvieron que negociar.

Según la leyenda, los plebeyos fueron llevados de vuelta por las palabras de un patricio romano llamado Menenio Agripa, quien les contó el cuento de la rebelión de las partes del cuerpo contra el vientre. Según esta fábula, los brazos se quejaban de tener que hacer solos toda la tarea de levantar cosas, las piernas de ser las únicas que caminaban, las mandíbulas de tener que masticar ellas solas, el corazón de tener que latir sólo él, etcétera, mientras el vientre, que no hacía nada, recibía todo el alimento. El vientre respondió que, si bien recibía el alimento, lo repartía a través de la sangre a todas las partes del cuerpo, que de otro modo no podría sobrevivir.

La analogía consistía en que, si bien los patricios ocupaban todos los cargos, usaban su poder para gobernar juiciosamente la ciudad, de lo cual se beneficiaban todos.

La fábula de Menenio no suena muy convincente, y es difícil creer que lograra persuadir a gentes oprimidas a que volviesen para continuar siendo oprimidas. En verdad, los patricios se vieron obligados a ofrecer a los rebeldes mucho más que cuentos entretenidos.

Se llegó a un acuerdo por el cual los plebeyos tendrían funcionarios propios, funcionarios elegidos por el voto de los plebeyos y que no representarían a todo el pueblo romano, sino solamente a los plebeyos. Esos funcionarios fueron llamados tribunos (nombre dado originalmente a los jefes de una tribu).

Su misión era proteger los intereses de los plebeyos e impedir que los patricios aprobasen leyes que fuesen injustas para la gente común. En verdad, más tarde, los tribunos obtuvieron el poder de suspender las leyes que desaprobaban sencillamente gritando « ¡Veto! » («Prohibo! »). Ni todo el poder de los cónsules y el Senado podía hacer que se aprobase una ley contra el veto del tribuno.

Naturalmente, al principio los tribunos serían muy impopulares entre los patricios y cabía esperar que hubiese violencia. Por ello se convino en que un tribuno no podía ser dañado bajo ninguna forma. Y por toda falta de respeto al cargo podía imponer una multa.

Se nombraron ayudantes de los tribunos, que podían recaudar esas multas. Fueron llamados ediles. Su papel de recaudadores de multas los llevó a cumplir algunas de las funciones de la policía moderna. Mediante la disposición del dinero que recaudaban llegaron a tener a su cargo muchos asuntos públicos, como el cuidado de los templos (la palabra «edil» proviene de una voz latina que significa «templo»), las cloacas, el suministro de agua, la distribución de alimentos y los juegos públicos. También regulaban el comercio.

Gradualmente, los plebeyos entraron en la vida política y algunas de las familias plebeyas llegaron a ser muy prósperas. Poco a poco tuvieron acceso a los diversos cargos de la ciudad, aun el consulado.

Pero en los primeros años del consulado, los patricios hicieron ocasionales tentativas de recuperar su posición anterior y conservar todo el poder en sus manos. El jefe de este movimiento fue, según las leyendas romanas, el patricio Cayo Marcio.

En 493 a. C., el año siguiente a la secesión plebeya, Cayo Marcio —se cree— condujo un ataque contra la importante ciudad volsca de Corioli. Por su valentía y su éxito en esta batalla se le dio el nombre de Coriolano, por el que es más conocido en la historia.

Al año siguiente hubo escasez de alimentos en Roma y se importaron cereales de Sicilia. Coriolano propuso a los patricios negar cereales al pueblo si no aceptaba renunciar al tribunado.

Los tribunos inmediatamente lo acusaron de intentar dañarlos (lo que ciertamente hacía, y de un modo particularmente despreciable, especulando con el hambre de la gente). Fue exiliado y pronto se unió a los volscos.

Marchó contra Roma al frente de un ejército volsco y derrotó a los ejércitos que antaño había comandado. A ocho kilómetros de Roma se detuvo a fin de preparar el asalto final. La leyenda romana cuenta que rechazó las súplicas de una misión para que retirase su ejército. Se negó a oír los ruegos de los sacerdotes enviados a razonar con él. Finalmente fue enviada su madre, ante la cual cedió, gritando: « ¡Oh, madre, has salvado a Roma, pero destruido a tu hijo! »

Coriolano alejó el ejército volsco y, según algunos relatos, se mató por considerarse doblemente traidor (y con razón).

Los historiadores modernos consideran que toda la historia de Coriolano es pura fábula. Señalan, por ejemplo, que en la época por la cual se suponía que Coriolano ganaba prestigio y fama en el sitio de Corioli, ésta no era una ciudad volsca, sino una leal aliada de Roma.

Sin embargo, aunque los detalles sean legendarios, el núcleo de la historia probablemente sea verdadero; cierto género de guerra civil continuó entre patricios y plebeyos durante un tiempo después de la secesión de los últimos y, finalmente, los plebeyos conservaron las conquistas logradas.

Los plebeyos pensaron que su propia seguridad exigía que se pusiesen por escrito las leyes romanas. Mientras esto no ocurriese, nunca se sabría con seguridad si los patricios interpretaban o no las leyes a su favor. Al poner por escrito todos sus puntos, los tribunos tendrían una base para argumentar.

Por el 450 a. C., según la tradición, apareció la primera codificación escrita de las leyes romanas. Para elaborar este código se eligieron diez patricios llamados decenviros, que significa «diez hombres». Ocuparon el poder en lugar de los cónsules hasta que fue elaborado el código escrito.

Se suponía que las leyes habían sido grabadas en doce tablas de bronce, por lo que se las llamó las Doce Tablas. Durante siglos, esas Doce Tablas fueron el fundamento del Derecho romano.

Sin embargo, la escritura de las leyes no suavizó y aclaró todo. La tradición romana sigue diciendo que los decenviros se mantuvieron ilegalmente en el poder después de la publicación de las Doce Tablas. Asumieron cada vez más los ornamentos del poder. Por ejemplo, cada uno de ellos se hizo acompañar por doce guardias de corps, llamados lictores.

Los lictores eran plebeyos que llevaban un símbolo especial de su cargo en la forma de un haz de varas atadas con un hacha en el medio. Esto indicaba el poder del gobernante (originalmente el rey, más tarde los cónsules y otros magistrados) de infligir castigos con varas o la muerte con el hacha. Estos símbolos eran llamados fasces, de una voz latina que significa «haces».

Imagen_de_los_fasces

El líder de los decenviros era Apio Claudio Craso, hijo o nieto del Claudio que había provocado la secesión plebeya casi medio siglo antes.

Este nuevo Apio Claudio era firmemente antiplebeyo, y, según relatos posteriores, trató de imponer un régimen de terror. Pero fue demasiado lejos cuando trató de hacer suya una bella muchacha, Virginia, hija de un soldado plebeyo. Apio Claudio planeó dar apariencia legal a su acción presentando testigos falsos que testimoniasen que la muchacha era en realidad hija de uno de sus esclavos y, por lo tanto, era también automáticamente su esclava.

El padre de Virginia, enloquecido, y viendo que no podía hacer nada legalmente para impedir que el poderoso decenviro se apoderase de su hija, tomó la dramática decisión (según la leyenda) de apuñalarla repentinamente en medio del juicio, exclamando que sólo mediante la muerte podía ella salvar su honor.

Los plebeyos, enfurecidos por estos sucesos, amenazaron con marcharse una vez más. En 449 a. C., los decenviros fueron obligados a ceder y abandonar su cargo. Apio Claudio murió en prisión o se suicidó.

Como resultado de todo ello, el poder de los tribunos como portavoces de los plebeyos siguió aumentando. Se les permitió sentarse dentro del Senado, para poder influir más fácilmente sobre la legislación. También obtuvieron gradualmente el derecho de interpretar los presagios para decidir si las tareas del Senado podían continuar. Si hallaban que los presagios eran desfavorables, podían fácilmente interrumpir todos los asuntos del gobierno, al menos temporalmente.

En 445 a. C. se permitió el matrimonio entre patricios y plebeyos, y en 421 a. C. éstos también tuvieron acceso a la cuestura.

Isaac ASIMOV, «Superviviencia de la República», en La República Romana, capítulo 2, páginas 17-20.

28 de diciembre de 2006

05 La lucha contra los etruscos

Superviviencia de la República [1 de 4 partes]


Por supuesto, los romanos, aun bajo una república, debían tener a alguien que los gobernase. Para evitar que este gobernante tuviese demasiado poder (no más Tarquinos, habían decidido los romanos), fue elegido por un año solamente y no podía ser reelegido de inmediato. Además, para asegurarse doblemente, fueron elegidos dos gobernantes, y no sería válida ninguna decisión que no fuese tomada por ambos de común acuerdo. De este modo, aunque uno de los gobernantes anuales hiciese algún intento para aumentar su poder, el otro, por celos naturales, le haría frente. Y ambos, en ciertos aspectos importantes, tenían que inclinarse ante el Senado.

Este sistema funcionó bien durante varios siglos.

Al principio, estos gobernantes electos fueron llamados pretores, voz proveniente de palabras que significaban «ir a la cabeza». Más tarde, el hecho de que fueran dos pareció lo más importante del cargo y fueron llamados cónsules, que significa «asociados». En otras palabras, debían «consultarse» uno al otro y llegar a un acuerdo antes de emprender una acción.

Es por este nombre de «cónsules» por el que mejor conocemos a estos gobernantes. Luego fueron llamados pretores otros magistrados secundarios que servían bajo las órdenes de los cónsules.

Los cónsules estaban al frente de las fuerzas armadas de Roma y su misión particular era dirigir esos ejércitos en la guerra. Dentro de la ciudad, una clase inferior de magistrados, los cuestores, también elegidos de a dos y por el término de un año, actuaban como jueces y supervisaban los juicios penales. (La palabra «cuestor» significa «indagar por qué».) En años posteriores, su función cambió y actuaron como funcionarios financieros a cargo del tesoro público.

Los primeros años de la República Romana fueron realmente duros. Para empezar, la ciudad tuvo que hacer frente a la hostilidad de las poderosas ciudades etruscas, a las que el exiliado Tarquino pidió ayuda en sus esfuerzos para recuperar el trono. Sin duda, los etruscos fueron inducidos a pensar que Roma se volvería peligrosa para ellos si no era regida por reyes de origen y simpatías etruscas. La tarea de combatir con los etruscos fue la principal que debieron asumir los dos primeros cónsules, que, naturalmente, fueron Colatino y Bruto.

Dentro mismo de Roma había quienes por una u otra razón eran favorables al retorno de los Tarquinos. Entre ellos se contaban dos hijos del mismo Bruto. Cuando fue descubierta la conspiración de sus hijos, correspondió a Bruto, en su condición de cónsul, el deber de juzgarlos. Este colocó las necesidades de la República por encima de sus sentimientos como padre y se unió a Colatino en la dirección de su ejecución. Pero desde entonces, según los relatos tradicionales, la vida no tuvo ningún valor para Bruto y buscó la muerte en batalla. Finalmente, en una escaramuza con las fuerzas de Tarquino, Bruto vio realizados sus deseos y murió en singular combate con uno de los hijos de Tarquino.

La amenaza que se cernía sobre Roma se agudizó cuando Tarquino el Soberbio logró obtener la ayuda de Lars Porsena de Clusium, ciudad de Etruria central situada a unos 120 kilómetros al norte de Roma.

Las leyendas romanas dicen que Porsena y su ejército etrusco avanzaron hacia el Sur, hasta el Tíber, expulsando a los romanos de sus posiciones en el Monte Janículo, al oeste del río. Porsena habría entrado en Roma y aplastado la República si los romanos no hubiesen destruido a tiempo el puente de madera que atravesaba el río.

Uno de los relatos más famosos de la historia primitiva de Roma habla de Publio Horacio Cocles [5], quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras el puente era destruido. Primero con dos compañeros, y luego solo, hizo frente al ejército, y cuando fue rota la última viga se arrojó al Tíber y nadó hasta ponerse a salvo con toda su armadura. Desde entonces se ha usado la frase «Horacio en el puente» para aludir a un hombre que libra una desesperada batalla contra fuerzas abrumadoramente superiores.

Porsena inició entonces un paciente asedio de Roma, ya que había fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa. Se cuenta otra historia sobre los sucesos que lo indujeron a levantar el sitio. Un joven patricio romano, Cayo Mucio, se ofreció como voluntario para abrirse camino hasta el campamento etrusco y asesinar a Porsena. Fue capturado y se le amenazó con quemarle vivo si no informaba en detalle de lo que sucedía en Roma. El joven romano, para mostrar cuan poco temor sentía de ser quemado, colocó su mano derecha en un fuego cercano y la mantuvo pacientemente en él hasta que el fuego la hubo consumido. En adelante recibió el nombre adicional de Escévola, que significa «zurdo».

Porsena, sigue la leyenda, quedó tan impresionado por este increíble heroísmo que desesperó de tomar una ciudad poblada por tales hombres. Por ello negoció la paz y se marchó sin colocar a Tarquino el Soberbio nuevamente en el trono.

(Por desgracia, los historiadores modernos están totalmente seguros de que esas historias sobre Horacio y Mucio no son más que leyendas y que fueron inventadas por los romanos de épocas posteriores para ocultar el embarazoso hecho de que los etruscos, en realidad, derrotaron a los romanos y los obligaron a aceptar la dominación etrusca. A causa de esto, la influencia romana sobre el resto del Lacio quedó anulada por un considerable período. Sin embargo, la derrota romana no fue total. Porsena tuvo que admitir que no se restablecería la monarquía, y a la larga era esto lo importante.)

La última aparición de los Tarquines en la leyenda romana tiene lugar en el 496 a. C, cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas frente a Porsena, trataron de acabar la tarea.

El ejército latino, con Tarquino el Soberbio y sus hijos cabalgando al frente, hicieron frente a los romanos en el lago Regilo, cerca de la misma ciudad de Roma (no se ha identificado el lugar exacto). Los romanos obtuvieron una completa victoria y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquino fue aniquilada. Tarquino el Soberbio se retiró a Cumas y allí murió.

Ruinas_del_templo_de_Castor_y_Polux_en_el_Foro_Romano

En esta batalla, dicen las leyendas de los romanos, su ejército fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas más que humanas. Se creía que eran Castor y Pólux (hermanos de Helena de Troya en la leyenda griega). En adelante, los romanos construyeron templos especiales a los divinos hermanos y les rindieron honores especiales.

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[5] «Cocles» significa «tuerto», pues Horacio había perdido un ojo en una batalla.



Isaac ASIMOV, «Superviviencia de la República», en La República Romana, capítulo 2, páginas 15-17.

24 de diciembre de 2006

04 La dominación etrusca

Los siete reyes [4 de 4 partes]


Durante este primitivo período de la historia romana, los etruscos también estaban cobrando fuerza. Las ciudades etruscas eran mucho más poderosas y civilizadas que la tosca y pequeña ciudad del Tíber. Si Etruria hubiese estado unida bajo el gobierno de una sola ciudad poderosa, sin duda Roma habría sido ocupada y absorbida y nunca más se habría oído hablar de ella. Pero el dominio etrusco estaba formado por muchas ciudades laxamente unidas y celosas unas de otras, por lo que Roma pudo seguir existiendo calladamente en medio de las querellas de los etruscos.

Pero de todos modos estaba cerca. Los etruscos estaban expandiéndose al Norte y al Sur, y establecieron su dominación sobre Roma, al menos en cierta medida. Las leyendas romanas no dicen claramente que Roma pasó por un período en el que estuvo bajo la dominación etrusca, pues los historiadores nunca admitían nada que fuese humillante para la ciudad de tiempos posteriores. Con todo, el quinto rey de Roma fue un etrusco, como lo admite hasta la leyenda.

La leyenda trató de suavizar las cosas haciendo del quinto rey el hijo de un refugiado griego que emigró de Etruria y se casó con una mujer nativa, pero esto no es muy probable. Su ciudad natal era Tarquinia, situada sobre la costa marina de Etruria, a unos 80 kilómetros al noroeste de Roma. Su nombre era Lucio Tarquinio Prisco.

«Lucio» era su primer nombre [4], «Tarquinio» era su apellido, que se lo dieron los romanos por su lugar de nacimiento. «Prisco» era un nombre añadido para describir al individuo en particular. Significa «viejo» o «primero» e indica que fue el primero de su familia en desempeñar un papel importante en la historia romana.

Se creía que Tarquinio Prisco había llegado a Roma como inmigrante y se había destacado en la guerra y el consejo hasta el punto de que el rey, Anco Marcio, lo hizo regente del Reino y custodio de sus hijos. Los hijos de Anco Marcio quizá esperasen heredar el Reino al llegar a la edad adulta, pero los romanos estaban tan complacidos con Tarquinio Prisco que lo eligieron rey en su lugar.

(Esto parece sumamente improbable. Es mucho más probable que Tarquinio Prisco fuese el gobernador puesto sobre Roma por los etruscos, que gobernase detrás de las bambalinas mientras Anco Marcio fue rey y que se adueñase abiertamente del poder después de la muerte del rey, ocurrida en 616 a. C.)

Bajo Tarquinio Prisco, Roma prosperó, pues la civilización y las costumbres etruscas penetraron en la ciudad. El construyó el Circo Máximo, gran recinto ovalado donde se realizaban carreras de carros ante espectadores sentados en numerosas gradas de asientos.

También introdujo los juegos atléticos, según la costumbre etrusca. Más tarde, éstos se convirtieron en combates entre hombres armados que eran llamados gladiadores, por la espada («gladius») con que luchaban.

Luego, también, Tarquinio introdujo costumbres religiosas etruscas y comenzó a construir un gran templo a Júpiter en el Monte Capitolino. El templo, que también hizo las veces de fortaleza de la ciudad, fue llamado el Capitolio, de la palabra latina que significa «cabeza». (Como se pensaba que el Capitolio era el corazón y el centro mismo de la ciudad y el gobierno de Roma, se dio el mismo nombre al Capitolio de Washington, D. C., donde lleva a cabo sus sesiones el Congreso de los Estados Unidos.)

Haz_clic_para_ver_un_esquema_de_las_7_colinas_de_Roma

En el valle situado entre las dos colinas más antiguas de Roma, el Palatino y el Monte Capitolino, estaba el foro («mercado»), espacio abierto donde la gente se reunía para comerciar y realizar acciones públicas.

Para hacer utilizable el foro, Tarquinio Prisco hizo construir una cloaca para drenar las zonas pantanosas del valle. Más tarde se la llamó la Cloaca Máxima. Roma, ni siquiera en sus más grandes períodos, no llegó nunca a elaborar una ciencia y una matemática puras, como habían hecho los griegos; sin embargo, los romanos siempre se sintieron orgullosos de sus grandes obras de ingeniería y sus obras prácticas de arquitectura. Esas primeras cloacas y edificios iniciaron esa tradición.

En la historia romana posterior, toda ciudad tenía su foro, y Roma misma tuvo varios. Pero ese primer foro situado entre el Palatino y el Capitolio era el Foro Romano por excelencia, donde se reunía y debatía el Senado Romano. (Por eso, la palabra ha llegado a designar a todo lugar de reunión donde se efectúa una discusión libre.)

Tarquinio fue victorioso en las guerras contra las tribus vecinas e introdujo la costumbre etrusca del triunfo. El general victorioso entraba en la ciudad con gran pompa, precedido por funcionarios del gobierno y seguido por su ejército y los prisioneros capturados. La procesión se desplazaba por calles decoradas y entre hileras de espectadores que lo ovacionaban hasta el Capitolio. (Era como un vistoso desfile por la Quinta Avenida.) En el Capitolio se realizaban servicios religiosos, y el día terminaba con una gran fiesta. El triunfo era el mayor honor que Roma podía otorgar a sus generales. Para obtenerlo, un general tenía que ser un alto funcionario, debía haber luchado contra un enemigo extranjero y obtenido una completa victoria que extendiese el territorio romano. En 578 a. C., Tarquinio Prisco fue asesinado por hombres pagados por los hijos del viejo rey, Anco Marcio. Pero un yerno de Tarquinio Prisco actuó rápidamente y ocupó el trono. Los hijos de Anco Marcio se vieron obligados a huir.

El nuevo gobernante era Servio Tulio, el sexto rey de Roma. Tal vez fuese también un etrusco, y detrás de la historia del asesinato de Tarquinio Prisco quizá hubiese un intento de rebelión de los latinos nativos contra el señorío etrusco. Si fue así, la rebelión fracasó.

Si Servio Tulio fue un etrusco, demostró ser devoto de Roma, y bajo su gobierno ésta siguió floreciendo. La ciudad se expandió sobre una sexta y una séptima colina, el Esquilmo y el Viminal, al noreste. Servio Tulio construyó una muralla alrededor de las siete colinas (la Muralla Serviana), que señaló los «límites urbanos» de Roma para los quinientos años siguientes, aunque la población de la ciudad con el tiempo se extendió más allá de las murallas en todas las direcciones.

Servio Tulio también hizo una alianza con las otras ciudades del Lacio y formó una nueva Liga Latina, dominada por Roma. Las ciudades etruscas situadas al norte deben de haber contemplado esto con recelo y seguramente se preguntaron hasta qué punto podían confiar en el nuevo rey.

Servio Tulio también trató de debilitar el poder de las familias dominantes de la ciudad otorgando algunos privilegios políticos a los plebeyos. Esto encolerizó a los patricios, por supuesto, y conspiraron contra Servio Tulio, quizá con ayuda etrusca.

En 534 a. C., Servio Tulio fue asesinado. El alma de la conspiración fue un hijo del viejo rey Tarquinio Prisco. Este hijo se había casado con la hija de Servio Tulio, y cuando éste fue muerto se proclamó el séptimo rey de Roma.

Este séptimo rey fue Lucio Tarquino el Soberbio, el tercero —si contamos a Servio Tulio— de los gobernantes etruscos de Roma.

Los etruscos estaban ahora en la cúspide de su poder. Prácticamente toda Italia Central estaba bajo su dominio. Su flota dominaba las aguas situadas al oeste de Italia. E hicieron sentir su poder cuando colonos griegos trataron de establecerse en las islas de Cerdeña y Córcega. Por el 540 a. C. se libró una batalla naval frente a la colonia griega de Alalia, situada sobre la costa centro-este de Córcega. Los griegos fueron derrotados y tuvieron que abandonar ambas islas. Cerdeña, la más meridional de ellas, fue ocupada por los cartagineses, mientras Córcega, ubicada a 100 kilómetros al oeste de la costa etrusca, cayó bajo el poder etrusco.

Esto quizá explique por qué el nuevo Tarquino pudo ejercer su tiranía sobre Roma. La leyenda pinta a Tarquino el Soberbio como un cruel gobernante que anuló las leyes de Servio Tulio destinadas a ayudar a los plebeyos. Hasta trató de reducir el Senado a la impotencia haciendo ejecutar a algunos senadores y negándose a reemplazar a los que morían de muerte natural.

Reunió a su alrededor una guardia de corps y, al parecer, intentó gobernar como un déspota, con su propia voluntad como única ley. Sin embargo, prosiguió la ampliación de Roma, completando los grandes proyectos edilicios que había iniciado su padre.

Hay una famosa historia sobre Tarquino el Soberbio que se relaciona con una sibila o hechicera. Las sibilas eran sacerdotisas de Apolo que habitualmente vivían en cavernas y de las que se suponía que estaban dotadas de facultades proféticas. Los autores antiguos hablan de muchas de ellas, pero la más famosa era una que habitaba en las cercanías de Cumas (una ciudad griega que estaba cerca de la moderna Nápoles), por lo cual era llamada la sibila cumana. Se creía que Eneas la había consultado en busca de consejo en el curso de sus peregrinaciones.

Se decía que la sibila cumana tenía a su cargo los Libros Sibilinos, nueve volúmenes de profecías supuestamente hechas en diferentes épocas por diversas sibilas. La sibila se presentó ante Tarquino el Soberbio y le ofreció venderle los nueve volúmenes por trescientas piezas de oro. Tarquino rechazó precio tan exorbitante, tras lo cual la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los seis restantes. Nuevamente Tarquino rechazó la oferta y nuevamente la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los tres últimos.

Esta vez Tarquino pagó lo que se le pedía, pues no se atrevió a permitir la destrucción de las profecías finales. Los Libros Sibilinos fueron en adelante amorosamente cuidados por los romanos. Se los conservó en el Capitolio, y en tiempos de grandes crisis eran consultados por los sacerdotes para aprender los ritos apropiados con los cuales calmar a los dioses encolerizados.

La arrogancia de Tarquino el Soberbio y la soberbia aún mayor de su hijo Tarquino Sexto terminaron por convertir en enemigos suyos a todos los hombres poderosos de Roma, quienes esperaron hoscamente la oportunidad para rebelarse.

Esa oportunidad se presentó en mitad de una guerra. Tarquino el Soberbio había abandonado la pacífica política de Servio Tulio de alianza con las otras ciudades latinas. Por el contrario, obligó a someterse a las más cercanas e hizo la guerra a los volscos, tribu que habitaba la región sudoriental del Lacio.

Mientras seguía la guerra, el hijo de Tarquino (según la leyenda) ultrajó brutalmente a la esposa de un primo, Tarquino Colatino. Esto fue el colmo. Cuando se difundieron por la ciudad las noticias de lo ocurrido, inmediatamente estalló una rebelión bajo el liderato de Colatino y un patricio llamado Lucio Junio Bruto.

Bruto tenía buenas razones para ser enemigo de los Tarquines, pues éstos habían dado muerte a su padre y a su hermano mayor. En verdad, según la leyenda, el mismo Bruto habría sido ejecutado de no haber fingido ser un débil mental y por ende inocuo. («Brutus» significa «estúpido», y se le dio este nombre por su exitosa actuación.)

En el momento en que Tarquino pudo volver a Roma, era demasiado tarde. Le cerraron las puertas de la ciudad y tuvo que marcharse al exilio. Fue el séptimo y último rey de Roma. Nunca en su larga historia Roma volvería a tener un rey; al menos nunca volvería a tener un gobernante que osase llevar este título particular.

Tarquino fue exiliado en el 509 a. C. (244 A. U. C.); así, Roma había estado dos siglos y medio bajo sus siete reyes. Llegamos a un largo período de cinco siglos, durante los cuales la República Romana lograría sobrevivir, primero, y llegaría a ser una gran potencia, luego.

___________________________________

[4] Los romanos tenían muy escasos primeros nombres. Entre los más frecuentemente usados estaban Lucio, Mario, Cayo y Tito.


Isaac ASIMOV, «Los siete reyes», en La República Romana, capítulo 1, páginas 11-14.

20 de diciembre de 2006

03 El primer siglo y medio

Los siete reyes [3 de 4 partes]

Rómulo, según las antiguas leyendas romanas, gobernó hasta el 716 a. C. Luego desapareció en una tormenta, y se suponía que había sido llevado al cielo para convertirse en el dios de la guerra Quirino. Por la época de su muerte, la ciudad de Roma se había expandido desde el Palatino hasta el Monte Capitolino y el Monte Quirinal, al norte [2].

La leyenda más conocida sobre el reinado de Rómulo se refiere al problema de los primeros colonos, quienes se hallaron ante el hecho de que los hombres afluían a la nueva ciudad, pero no las mujeres. Por ello, los hombres decidieron apoderarse de las mujeres de los sabinos, grupo de pueblos que vivía al este de Roma. Lo hicieron mediante una mezcla de engaño y violencia. Naturalmente, los sabinos consideraron esto motivo de guerra, y Roma se encontró empeñada en la primera de la que sería una larga serie de batallas en su historia.

Los sabinos pusieron sitio al Monte Capitolino, y entrevieron la posibilidad de la victoria gracias a Tarpeya, la hija del jefe romano, que dirigía la resistencia contra ellos.

Los sabinos lograron persuadir a Tarpeya a que les abriera las puertas a cambio de lo que ellos llevaban en sus brazos izquierdos. (La condición de Tarpeya aludía a los brazaletes de oro que ellos usaban.) Una noche ella abrió secretamente las puertas, y los primeros sabinos que entraron arrojaron sobre ella sus escudos, pues también los llevaban en el brazo izquierdo. De este modo, los sabinos, quienes (como la mayoría de la gente) estaban dispuestos a utilizar traidores, pero les desagradaban, mantuvieron su compromiso matando a Tarpeya.

En lo sucesivo se llamó Roca Tarpeya a un peñasco que formaba parte del Monte Capitolino. En memoria de la traición de Tarpeya se lo usó como lugar de ejecución, desde donde se arrojaba a los criminales hasta que morían.

Después de la pérdida del Monte Capitolino, la lucha entre sabinos y romanos siguió muy equilibrada. Finalmente, las mujeres sabinas, quienes entre tanto habían llegado a amar a sus maridos romanos (según la leyenda), se abalanzaron entre los ejércitos e impusieron una paz negociada.

Los romanos y los sabinos convinieron en gobernar juntos en Roma y en unir sus tierras. Después de morir el rey sabino, Rómulo gobernó sobre romanos y sabinos.

Sin duda, esto refleja el oscuro recuerdo del hecho de que Roma no nació como dicen los románticos relatos sobre Rómulo y Remo. Es probable que ya hubiese aldeas en las siete colinas y que, con el tiempo, varias aldeas vecinas se unieron para dar origen a Roma. Quizá la ciudad nació por la unión de tres de esas aldeas, cada una de las cuales aportó una tribu: una de latinos, otra de sabinos y otra de etruscos. La misma palabra «tribu» proviene de otra palabra latina que significa «tres».

Después de la muerte de Rómulo fue elevado al trono un sabino llamado Numa Pompilio, quien gobernó durante más de cuarenta años, hasta el 673 a. C.

Se suponía que Numa Pompilio había sido el fundador de la religión romana, aunque buena parte de ella debe de haber sido tomada de los etruscos y de los sabinos. Quirino, por ejemplo (que fue luego convertido en Rómulo deificado), fue originalmente un dios de la guerra sabino, que era el equivalente del dios latino de la guerra, Marte.

En años posteriores, los romanos, por su admiración hacia los sofisticados griegos, identificaron sus dioses con los dioses de los mitos griegos. Así, el Júpiter romano fue considerado el equivalente del Zeus griego; Juno, el de Hera; Marte, el de Ares; Minerva, el de Atenea; Venus, el de Afrodita; Vulcano, el de Hefesto, etc.

Esa identificación llegó a ser tan firme que hoy usamos a menudo los nombres romanos (más familiares para la mayoría de los modernos) al referirnos a los mitos griegos, y casi olvidamos que los romanos tenían sus propios mitos acerca de sus dioses.

Estos mitos eran creencias religiosas romanas que siguieron siendo estrictamente romanas, pues no tenían equivalentes griegos. Uno de ellos se refiere al dios Jano, cuyo culto se suponía que había sido establecido por Numa Pompilio.

Jano era el dios de las puertas, lo cual es más importante de lo que parece a primera vista, pues las puertas simbolizan las entradas y salidas y, por ende, los comienzos y fines. (El mes de enero, con el que comienza el año, recibió ese nombre en su honor, y el guardián de las puertas de un edificio —y también de sus otras partes— era un «janitor» («portero»).

Habitualmente, Jano era representado con dos rostros: uno que miraba hacia el fin de las cosas y el otro hacia el comienzo. Sus santuarios consistían en arcos por los que se podía entrar o salir. Un santuario particularmente importante estaba formado por dos arcos paralelos, unidos por muros y con puertas. Se suponía que esas puertas estaban abiertas cuando Roma estaba en guerra y cerradas cuando estaba en paz.

Ellos permanecieron cerrados durante el pacífico reinado de Numa, pero el mejor indicio de la posterior historia bélica de Roma lo proporciona el hecho de que en los siete siglos siguientes de existencia de la ciudad las puertas de Jano sólo estuvieron cerradas cuatro veces, y ello sólo por breves períodos.

Al morir Numa Pompilio en el 673 a. C. fue elegido Tulo Hostilio como tercer rey. Bajo su gobierno, Roma se expandió a una cuarta colina, el Monte Celio, al sudeste del Palatino. En el Celio construyó Tulo su palacio.

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Por entonces, Roma estaba empezando a destacarse entre las ciudades del Lacio. Su posición a orillas del Tíber estimulaba el comercio, que a su vez engendraba prosperidad. Más aún: la superior civilización de los etruscos estaba del otro lado del río, y Roma se benefició con lo que tomó de ella. Además, la presencia de los etruscos mantuvo unidos a los romanos y acalló los desacuerdos internos, pues no era atinado querellarse unos con otros con un enemigo a las puertas. Por añadidura, los romanos debieron desarrollar una tradición guerrera para su autodefensa.

Alba Longa, acostumbrada a dominar el Lacio, contempló con recelo el ascenso de Roma. De tanto en tanto estallaba la guerra entre las dos ciudades, y en 667 a. C. parecía estar a punto de producirse una gran batalla.

En vísperas de esa batalla (dice la leyenda romana) se decidió dirimir la cuestión mediante un duelo. Los romanos elegirían tres de sus guerreros, y los albanos harían lo mismo. Los seis hombres combatirían, tres contra tres, y las dos ciudades acatarían el resultado.

Los romanos eligieron tres hermanos de la familia de los Horacios, colectivamente conocidos por el plural latino de la palabra: los «Horatii» [3]. Los albanos también eligieron tres hermanos, los «Curiatii».

En el combate que se produjo, dos de los Horacios fueron muertos. Pero el Horacio que quedaba vivo estaba intacto, mientras que los Curiatos estaban heridos y sangrantes. Horacio, entonces, decidió emplear cierta estrategia. Fingió huir, mientras los Curiatos, viendo la victoria a su alcance, le persiguieron furiosamente; el más ligeramente herido se adelantó, mientras quedaban atrás los que tenían heridas más serias.

Horacio entonces se volvió y luchó separadamente con cada uno de ellos a medida que llegaban. Los mató a todos y obtuvo para Roma la victoria sobre Alba Longa.

El cuento de los Horacios tiene un horrible epílogo. El Horacio victorioso, al volver a Roma en triunfo, fue recibido por su hermana, Horacia, que estaba comprometida con uno de los Curiacios y no estaba en modo alguno alegre por la muerte de su novio. Expresó sonoramente su pena, y Horacio, lleno de ira, apuñaló a su hermana hasta matarla gritando: «¡Así perezca toda mujer romana que llora a un enemigo!»

Los romanos gustaban de relatar historias como ésta para mostrar que sus héroes siempre ponían el bien de la ciudad por encima del amor a su familia o su bienestar personal. Pero en la realidad, esta «virtud romana» aparecía mucho más a menudo en las leyendas que en la realidad.

Alba Longa se sometió después del duelo, pero, al parecer, aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para rebelarse, y en 665 a. C. fue tomada por Roma y destruida.

Cuando Tulo Hostilio murió, en 641 a. C., los romanos eligieron a un nieto de Numa Pompilio (a quien durante toda su historia aquéllos consideraron como un rey particularmente piadoso y virtuoso) para que los gobernase. Este nuevo rey, el cuarto, era Anco Marcio.

El gobierno de estos reyes durante el primer siglo y medio de la existencia de Roma no era absoluto. El rey era aconsejado por una asamblea de cien de los representantes más viejos de los diversos clanes que constituían la población de la ciudad, representantes de quienes, a causa de su edad y experiencia, cabía esperar que aconsejasen bien al rey. Este grupo de hombres viejos formaba el Senado, así llamado por la palabra latina que significa «anciano».

El Senado estaba con respecto al resto de los romanos en la misma posición que el padre con respecto a su familia. Como un padre, el Senado era más viejo y más sabio, y se esperaba que sus órdenes fuesen obedecidas. Por ello, los senadores eran los patricios, de la palabra latina que significa «padre». Este término fue luego extendido a sus familias, pues los futuros senadores fueron elegidos en esas familias.

Según la tradición, Anco Marcio llevó a nuevos colonos de las tribus conquistadas a las afueras de Roma para que la ciudad en crecimiento dispusiera de brazos adicionales. Fueron establecidos en el Monte Aventino, en el que Remo había querido fundar Roma siglo y cuarto antes. Ahora se convirtió en la quinta colina de Roma.

Los recién llegados al Aventino, desde luego, no fueron puestos en un pie de igualdad con las viejas familias, pues éstas no deseaban compartir su poder. Las nuevas familias no podían enviar representantes al Senado ni aspirar a otros cargos gubernamentales. Fueron los plebeyos, de una palabra latina que significa «gente común».

___________________________________
[2] Con el tiempo, Roma llegó a ocupar siete colinas, por lo que se la llamó «La Ciudad de las Siete Colinas».
[3] Los romanos usaban dos nombres, como nosotros. El primero era un nombre personal, y el segundo un nombre de familia o tribal. A veces se usaban nombres adicionales para indicar algún logro del individuo o alguna característica personal.


Isaac ASIMOV, «Los siete reyes», en La República Romana, capítulo 1, páginas 8-11.

Preparemos la Navidad

[Versión para el blog de mi felicitación navideña.]


Buenos días, México,
buona sera Italia.

Queridos amigos:

El próximo domingo será la Nochebuena. No quería dejar pasar esta fecha significativa para recordarles que la amistad que construimos está siempre acá conmigo. Aprovecho que hoy terminaron las clases para hacerlo.

Como saben, desde fines de agosto de este año llegué a Roma para continuar mi formación religiosa y, si Dios así lo quiere, en vistas al sacerdocio. Vine con una consigna de parte de mis superiores en México: “aprender Roma”.

Sin duda la capital italiana es fuente primaria de la inmensa y riquísima tradición occidental. Sus aportes a la cultura y a la vida de la humanidad se remontan a la Antigüedad. Pero el hecho de que aquí hayan sido asesinados por motivos religiosos dos de los apóstoles más importantes e inigualables de Jesús hace que los ojos de los cristianos volteen tantas veces hacia esta Ciudad, aplicándole el calificativo de “eterna”. En efecto, los martirios de Pedro y Pablo consagraron –si es que puede usarse un lenguaje religioso ante dicha brutalidad– de manera gloriosa a la capital del entonces Imperio romano con la misma sangre de Cristo (la sangre de un “mártir”, es decir alguien asesinado sólo por su fe en la resurrección de Jesús, se une a la sangre de Cristo, asesinado sólo por vivir lo que predicaba, derramada para nuestra salvación).

De esta manera, el envío a Roma se convierte en envío a un lugar sagrado para nuestra fe, la consigna de “aprender Roma” se vuelve indispensable en la formación religiosa y sacerdotal y la estancia en Roma se transforma en tiempo de gracia.

Así lo he ido descubriendo en estos meses que han pasado volando. Aunque no pude ver al Papa cuando llegué porque todavía pasaba sus días disfrutando del clima benigno en Castel Gandolfo, más templado que el verano caluroso de Roma, la oportunidad la tuve en la gran celebración eucarística que se llevó a cabo para la canonización de san Rafael Guízar y otros tres santos en la Plaza de San Pedro en octubre. Oportunidad inigualable de tenerle cerca y al mismo tiempo ejerciendo uno de los actos que la tradición eclesial romana en estos últimos siglos le ha reservado sólo a un Sumo Pontífice: la inscripción de una persona, tras larguísimos procesos, en el catálogo de los santos.

No lo niego, el primer mes me sentía más como turista que como otra cosa pues todo era nuevo para mí: la comida, la ciudad, la gente, mi nueva comunidad. Dediqué un esfuerzo al aprendizaje del italiano y desde entonces creo que lo entiendo, sin embargo todavía se me dificulta hablarlo con fluidez.

A lo largo de estos meses he intentado continuar la sana y cada vez más escasa tradición de enviar una postal a las personas más significativas para mí, no obstante he tenido que hacerlo de manera escalonada por motivos económicos. Si todavía no reciben mi primer postal espero que pronto llegue. Me encantaría, sin duda, que todos ellos me contestarán con otra postal de mi capital querida o de cualquier otro lugar, pero sólo si esto es posible y si no afecta mucho su economía. El correo electrónico es bueno y eficientísimo (y accedo a él desde 1997), pero soy un bohemio anticuado ¡qué le voy a hacer!

No, que no se piense que estoy peleado con la tecnología. También desde mi llegada pensé que sería bueno llevar un Blog al estilo del que llevé en el Noviciado ( http://semanas.blogspot.com ). ¿Cómo surgió ese primer blog? En aquel entonces escribía una crónica semanal que enviaba directamente a la bandeja de entrada de los correos electrónicos de mis familiares y amigos. Era una forma eficiente de mantener el contacto, pero pasaron dos cosas: primero, el mensaje era impersonal pues me faltaba tiempo para escribir una línea personalizada (¡eran más de cien contactos!) y, segundo, los mensajes de respuesta que me enviaban, muchas veces con valiosísimos comentarios, se quedaban desaprovechados pues sólo yo los leía. El envío semanal, con todo, fue una buena experiencia para mí y, tras leer un artículo sobre este servicio nuevo de formato y lectura en-línea, decidí abrir aquel espacio. Por cierto, colocar allí en “posts” lo que había sido mi correo me hizo reflexionar sobre lo que había escrito y, en fin, sobre la necesidad de autocensura sobre todo en lo que respecta a terceros. De hecho decidí no relatar allí el último mes de ese año.

Como sea, ahora implementé este nuevo sitio: En él he intentado llevar una bitácora abierta de lo que va siendo mi estancia en este lugar y de lo que voy aprendiendo. He intentado también escribir al menos una entrega semanal aunque sea breve. No ha sido fácil pues a veces la escuela me absorbe mucho, pero lo he cumplido. He subido también allí una buena parte de las fotos que he tomado. Espero subir más todavía.

Mas, con todo, gracias a la herramienta de estadísticas de visitas al sitio, descubrí que sólo mi madre y mis tías lo leen con regularidad… Por eso les invito de nueva cuenta a estar en contacto también por este medio: allí pueden ponerse comentarios abiertos. ¡Lo de menos es ponerme una nota que diga: «me aburre mucho lo que escribes, pero te deseo buena semana»!


Preparativos_del_arbol_y_pesebre_en_la_Plaza_de_San_Pedro_Dic_2006

El caso es que se acerca la Navidad. Para estar a tono con la misma iniciamos hace ya tres semanas un periodo llamado Adviento (o preparación “para la venida”). Por cierto, en Italia no se acostumbra el uso de la corona de Adviento. La corona de ramas verdes con cuatro velas que se van encendiendo de manera gradual conforme pasan las cuatro semanas previas a la fiesta del nacimiento de Jesús es una tradición del norte de Europa. En la tradición latina con el inicio del Adviento se inicia el año litúrgico. Para esto se solemniza la celebración del rezo de las primeras Vísperas del primer Domingo de Adviento de la Liturgia de las Horas. En dicha celebración en la Basílica vaticana se dio la circunstancia inigualable de servir a la Iglesia sirviendo a Su Santidad en algo muy práctico pero espiritual como lo es el servicio litúrgico.

Son escasos ya los días, pero no quería dejar de consignar una sincera felicitación e invitarlos una vez más a que preparemos la Navidad.

17 de diciembre de 2006

02 La fundación de Roma

1. Los siete reyes [2 de 4 partes]


Los detalles concretos de la fundación de Roma y de su historia primitiva están envueltos en una oscuridad que probablemente nunca será disipada.

Pero en años posteriores, cuando Roma llegó a ser la mayor ciudad del mundo, los historiadores romanos tejieron fantasiosos cuentos sobre la fundación de la ciudad y los sucesos que siguieron. Esos cuentos son puros mitos y carecen de todo valor histórico. Pero son tan famosos y conocidos que los repetiré aquí, pero quiero recordar al lector de una vez por todas que se trata de pura mitología.

Cuando los romanos dieron forma final a sus mitos, la civilización griega hacía tiempo que había pasado por su apogeo, pero aún era muy admirada por sus realizaciones pasadas. El mayor suceso de la historia primitiva de Grecia había sido la Guerra de Troya, y los creadores romanos de leyendas se esforzaron por hacer remontar a esa guerra los comienzos de su historia.

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En la Guerra de Troya, un ejército griego atravesó el mar Egeo para llegar a la costa noroccidental de Asia Menor, donde se hallaba la ciudad de Troya. Después de un largo asedio, los griegos tomaron la ciudad y la incendiaron.

De la ciudad en llamas (dice la leyenda) escapó uno de los más valientes héroes troyanos: Eneas. Con algunos otros refugiados zarpó en veinte barcos en busca de un lugar donde construir una nueva ciudad que reemplazara a la que habían destruido los griegos.

Después de muchas aventuras, desembarcó en la costa septentrional de África, donde acababa de ser fundada la ciudad de Cartago, bajo la conducción de la reina Dido. Esta se enamoró del bello Eneas, y, por un momento, el troyano pensó en quedarse en África, casarse con Dido y convertirse en rey de Cartago.

Pero, según el relato, los dioses sabían que éste no debía ser su destino. Enviaron un mensajero para ordenarle que partiese, y Eneas (que siempre obedecía a los dioses) se marchó apresuradamente, sin decir nada a Dido. La pobre reina, al verse abandonada, se suicidó presa de la desesperación.

Este fue el momento romántico culminante de la leyenda de Eneas, y a los romanos debe de haberles complacido el modo cómo se relacionaba con las historias primitivas de Roma y Cartago. Siglos después de la época de Dido, Roma y Cartago libraron gigantescas guerras, que Cartago finalmente perdió, por lo que parecía apropiado que el primer gobernante cartaginés muriera de amor por el antepasado del pueblo romano. Cartago perdió en el amor y en la guerra.

Pero es fácil percatarse que nada de esto podía haber ocurrido aunque Dido y Eneas hubiesen sido personas de carne y hueso que hubieran vivido realmente. La Guerra de Troya tuvo lugar alrededor del 1200 a. C., y Cartago no fue fundada hasta cuatro siglos más tarde. Es como si se nos quisiese hacer creer que Colón, en su viaje a través del Atlántico, se detuvo en Inglaterra y se enamoró de la Reina Victoria.

Pero sigamos con la leyenda, de todos modos. Eneas, después de abandonar Cartago, llegó a la costa sudoccidental de Italia, donde gobernaba un rey, llamado Latino, que, supuestamente, dio su nombre a la región, al pueblo y a su lengua.

Eneas se casó con la hija de Latino (había perdido su primera mujer en Troya), y después de una breve guerra con ciudades vecinas se impuso como gobernante del Lacio. El hijo de Eneas, Ascanio, fundó Alba Longa treinta años más tarde, y sus descendientes la gobernaron en calidad de reyes.

La leyenda no se detiene aquí. Se dice que un rey posterior de Alba Longa fue arrojado del trono por su hermano menor. La hija del verdadero rey dio a luz a dos hermanos gemelos, a quienes el usurpador ordenó matar para que no le disputasen el gobierno de la ciudad cuando crecieran. Por ello, los niños fueron colocados en una cesta, que fue lanzada al río Tíber. El usurpador supuso que morirían sin que él tuviese que matarlos realmente.

Pero la cesta encalló en la costa, a unos 20 kilómetros de la desembocadura del río, al pie del que más tarde sería llamado el Monte Palatino. Allí los encontró una loba, que se hizo cargo de ellos. (Esta es una de las partes más ridículas de la leyenda, pero también una de las más populares. A los romanos posteriores les agradaba, porque demostraba, para ellos, que sus antepasados habían absorbido el coraje y la bravura del lobo cuando aún eran niños.)

Algún tiempo más tarde, un pastor halló a los gemelos, se los quitó a la loba, se los llevó a su hogar y los crió como hijos suyos, llamándolos Rómulo y Remo.

Ya crecidos, los gemelos condujeron una revuelta que expulsó al usurpador del trono y restableció a su abuelo, el rey legítimo, como gobernante de Alba Longa. Los gemelos entonces decidieron construir una ciudad propia en las márgenes del Tíber. Rómulo quería establecerla en el Monte Palatino, donde habían sido hallados por la loba. Remo propuso el Monte Aventino, a unos 800 metros al sur.

Decidieron consultar a los dioses. Por la noche, cada uno se plantó en la colina que había elegido y esperó los presagios que traería el alba. Tan pronto como el amanecer iluminó el cielo, Remo vio pasar volando seis águilas (o buitres). Pero a la puesta del sol, Rómulo vio doce.

Remo sostuvo que había ganado porque sus aves habían aparecido primero; pero Rómulo señaló que sus aves eran más numerosas. En la lucha que sobrevino, Rómulo mató a Remo, y luego comenzó a construir en el Palatino las murallas de su nueva ciudad, sobre la cual iba a gobernar y que llamó Roma en su propio honor. (Por supuesto, el nombre «Rómulo» sencillamente puede haber sido inventado posteriormente para simbolizar la fundación de la ciudad, pues «Rómulo» significa «pequeña Roma».)

La fecha tradicional de la fundación de Roma era el 753 a. C., y aquí nos detendremos un momento para considerar esta cuestión de las fechas.

En los tiempos antiguos no había ningún sistema para numerar los años. Cada región tenía sus propias costumbres al respecto. A veces el año era identificado simplemente mediante el nombre del gobernante: «en el año que Cirenio fue gobernador» o «en el décimo año del reinado de Darío».

Con el tiempo, las naciones más importantes hallaron conveniente tomar alguna fecha importante de su historia primitiva y contar los años a partir de ella. Los romanos eligieron la fecha de la fundación de su ciudad y numeraron los años a partir de ella. Decían de un año determinado, por ejemplo, doscientos cinco años «Ab Urbe Condita», que significa «desde la fundación de la ciudad». Escribiremos tal fecha en la forma «205 A. U. C.» (los romanos la escribían «CCV A. U. C.»).

Otras ciudades y naciones usaron otros sistemas de cronología, lo cual crea gran confusión cuando se trata de fechar sucesos de tiempos antiguos. Pero cuando algún suceso particular es registrado en los anales de dos regiones diferentes en dos sistemas distintos de fechas, podemos relacionar ambos sistemas.

Hoy, el mundo civilizado cuenta los años desde el nacimiento de Jesucristo, y cuando hablamos del año 1863 d. C., por ejemplo, «d. C.» significa «después de Cristo» (en los países anglosajones se usa la forma latina «Anno Domini», abreviada «A. D.», que significa «en el año del Señor»),

Alrededor del 535 d. C., un sabio sirio, Dionisio Exiguo, argumentó que Jesús había nacido en el año 753 A. U. C. (o 753 años después de la fundación de Roma). Sabemos ahora que esta fecha es demasiado tardía, al menos en cuatro años, pues Jesús nació cuando Herodes era rey de Judea, y Herodes murió en el 749 A. U. C. Sin embargo, se ha conservado la fecha de Dionisio.

Decimos ahora que Jesús nació en el 753 A. U. C., y a este año lo llamamos el año 1 d. C. Esto significa que Roma fue fundada 753 años «antes de Cristo», o 753 a. C. Todas las otras fechas anteriores al nacimiento de Jesús son escritas de este modo, entre ellas las fechas que aparecen en este libro [1]. Lo que es menester recordar de estas fechas es que van hacia atrás. Esto es, cuanto menor es el número, tanto más tardío es el año. Así, el 752 a. C. es un año después del 753 antes de Cristo, y el 200 a. C. es un siglo posterior al 300 a. C.

Aclarado esto, examinemos más detenidamente el 753 antes de Cristo y veamos cómo era el mundo en el que había nacido Roma.

A 2.000 kilómetros al Sudoeste, el Reino de Israel florecía bajo el rey Jeroboam II, pero aún más al Este, el Reino de Asiria se fortalecía y pronto crearía un poderoso imperio sobre gran parte del Asia Occidental. Egipto pasaba por un período de gobiernos débiles y en menos de un siglo caería bajo la dominación de Asiria.

Los griegos acababan de emerger de un período oscuro que había seguido a las invasiones bárbaras del 1000 a. C. Los Juegos Olímpicos se establecieron (según relatos posteriores) sólo veintitrés años antes de la fundación de Roma, y Grecia estaba comenzando a expandirse y a colonizar las costas del mar Mediterráneo, incluyendo Sicilia y el sur de Italia.Los israelitas, los egipcios y los griegos no tuvieron la menor noticia de la fundación de una diminuta aldea sobre una oscura colina en Italia. Sin embargo, esa aldea estaba destinada a crear un imperio mucho más poderoso que el de los asirios y a gobernar durante muchos siglos a los descendientes de esos israelitas, egipcios y griegos.

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[1] Daremos unas pocas fechas en A. U. C., y en la «Cronología» del final del libro daremos todas las fechas en a. C. y A.U.C.

Isaac ASIMOV, «Los siete reyes», en La República Romana, capítulo 1, páginas 5-8.

14 de diciembre de 2006

01 Italia en los comienzos

Investigando por allí y por allá encontré que Isaac Asimov (EUA, 1920-1992) escribió sobre la historia antigua de Roma.


Los que me conocen sabrán que la ficción científica en la literatura y en el cine es uno de mis géneros favoritos. Esto se debe en gran parte a la ocasión en que mi padre llevó a casa un lote de libros usados que le vendieron en el trabajo y que compró con la esperanza de que sus hijos leyéramos, entre los cuales iba una antología de los cuentos de Asimov sobre robots. Sin embargo, hoy descubrí que gran parte de la obra de este autor consiste en libros de divulgación en los que puso al alcance de muchos los datos más interesantes de las ciencias exactas y humanas. Mientras me lo vaya permitiendo el tiempo, me gustaría ir compartiendo aquí lo que vaya leyendo de este autor sobre la ciudad en que, por gracia de Dios, estoy viviendo. Al final de la cita de hoy vienen los datos bibliográficos para que quien se interese consiga la obra editorial impresa.


1. Los siete reyes [1 de 4 partes]


Extendida hacia el Sur desde el Continente Europeo hay una península que penetra en el mar Mediterráneo, de unos 800 kilómetros de largo y cuya forma se asemeja mucho a la de una bota. Tiene una punta bien formada y un talón elevado. Se la conoce por el nombre de Italia.
En esa península surgió un Estado que llegó a ser el más grande, el más poderoso y el más respetado de la antigüedad. Fue en sus comienzos una pequeña ciudad, pero a lo largo de los siglos llegó a dominar todo el territorio comprendido entre el océano Atlántico y el mar Caspio, y desde la isla de Inglaterra hasta el Nilo superior.


Su sistema de gobierno tenía muchos defectos, pero era mejor que cualquier otro anterior a él. Con el tiempo llevó la paz y la prosperidad durante siglos a un mundo que había sido sacudido por guerras continuas. Y cuando finalmente se derrumbó, los tiempos que siguieron fueron tan duros y miserables que durante mil años los hombres lo juzgaron retrospectivamente como una época de grandeza y felicidad.


En un aspecto fue, ciertamente, único. Fue la única época de la Historia en que todo el Occidente civilizado se halló bajo un solo gobierno. Por ello, sus leyes y tradiciones han influido en todos los países del Occidente actual.


En este libro pretendo relatar brevemente la primera parte de la historia romana: su ascenso hasta el poder. Este relato incluye una serie extraordinaria de triunfos y desastres; en él veremos una gran valentía en el momento de la batalla y también a veces estupidez; veremos sórdidas intrigas internas y, a veces, un encendido idealismo. En este libro, pues, me centraré en las emociones de la guerra y la política.


Es menester recordar, claro está, que la historia es más que eso. Es también el registro de las ideas y costumbres que ha creado un pueblo, las obras de ingeniería que llevó a cabo, los libros que escribió, el arte que compuso, los juegos con que se divertía, su forma de vida, etcétera.


Algo diré sobre la vida y el pensamiento romanos, pero son los soldados y los políticos quienes recibirán más atención en la historia que voy a empezar.


Italia en los comienzos


Digamos desde ya que no había absolutamente ninguna razón para sospechar que sería en Italia donde el mundo antiguo alcanzaría su apogeo. Alrededor del 1000 antes de Cristo, Italia era una tierra atrasada, escasamente poblada por tribus incivilizadas.


En otras partes hacía tiempo que existía la civilización. Las pirámides de Egipto habían sido construidas más de quince siglos antes. En el Cercano Oriente, durante esos siglos, habían florecido muchas ciudades, y en la isla de Creta había existido una avanzada civilización, que tenía una armada e instalaciones de cañerías.


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Más tarde, entre el 1200 y el 1000 a. C., se produjo una gran conmoción. Hubo desplazamientos de pueblos y las viejas civilizaciones se tambalearon. Las tribus que descendieron del Norte tenían armas de hierro, duras y filosas espadas que podían atravesar los escudos de bronce, más blandos, de los ejércitos civilizados. Algunas de esas civilizaciones fueron destruidas; otras quedaron muy debilitadas y perturbadas.


Las tribus con armas de hierro también se expandieron hacia el Sur y llegaron a Italia por el 1000 a. C. Pero aquí no había civilizaciones que destruir. En verdad, los recién llegados fueron un avance cultural. Sus restos han sido hallados por los arqueólogos modernos, y particularmente ricos fueron los descubiertos en Villanova, un suburbio de la ciudad de Bolonia, en el centro de la Italia Septentrional. Por ello, a los miembros de esas tribus que usaban el hierro se los llama los villanoveses.


Poco tiempo después de la llegada de los villanoveses surgió en Italia la primera civilización verdadera. El pueblo que creó esta civilización se llamaba a sí mismo los «rasena», y los griegos los llamaban «Tyrrhenoi». La parte del mar Mediterráneo que está inmediatamente al sudoeste de Italia es llamada hasta el día de hoy «mar Tirreno».


Nosotros conocemos a ese pueblo como los «etruscos», y la tierra que habitaron fue llamada «Etruria».


Etruria se extendió por la costa occidental de Italia desde el centro —desde el río Tíber— hasta el río Arno, a unos 360 kilómetros al Noroeste. En tiempos modernos, buena parte de esa región constituye la parte de la Italia moderna llamada Toscana, nombre que, obviamente, hace recordar a los etruscos.


¿Quiénes eran los etruscos? ¿Eran los villanoveses que se civilizaron lentamente? ¿O eran nuevas tribus que llegaron a Italia desde regiones que ya estaban civilizadas? Es difícil saberlo. La lengua etrusca no ha sido descifrada, de modo que sus inscripciones son todavía un misterio para nosotros. Además, en los siglos siguientes, su cultura y modo de vida fueron tan bien absorbidas por las civilizaciones posteriores que poco es lo que queda de ellos para informarnos sobre su historia primitiva. Los etruscos todavía son un interrogante.


Los antiguos, sin embargo, creían —y quizá tuviesen razón— que los etruscos llegaron a Italia desde Asia Menor, poco después del 1000 a. C. Tal vez los etruscos fueron expulsados de Asia Menor por la misma serie de invasiones y migraciones de bárbaros que llevaron a los villanoveses a Italia.


Las ciudades etruscas tenían una floja unión unas con otras, y entre 700 y 500 a. C. llegaron al apogeo de su poder. Por entonces dominaban casi toda la Italia Central, habían penetrado en el valle del Po, en el Norte, y llegado hasta el mar Adriático.


Puesto que es tan poco lo que se sabe de los etruscos, es fácil subestimarlos y subestimar su contribución a la historia de la Humanidad. La Roma primitiva era casi una ciudad etrusca y buena parte de su cultura y sus tradiciones básicas estaban tomadas de los etruscos. La religión romana tenía un fuerte tinte etrusco, y lo mismo el ritual que rodeaba al gobierno de la ciudad, sus juegos, sus ritos «triunfales» y hasta parte de su vocabulario.


En siglos posteriores, el arte etrusco recibió una gran influencia de los griegos, pero hubo siempre mucho que era puramente etrusco y tenía su atractivo propio. En las estatuas etruscas, los labios se curvan fuertemente hacia arriba y forman lo que se llama la «sonrisa arcaica», que les da un extraño matiz cómico.


El arte etrusco muestra una vigorosa influencia oriental. Esto puede indicar el origen asiático del pueblo o sencillamente la extensión de su comercio con Oriente; pero este último caso puede ser también un testimonio de su origen asiático.


Aunque no descifrada, su lengua ha sido sondeada incansablemente para buscar cualquier indicio concerniente a su origen. Los testimonios de ella consisten principalmente en breves inscripciones de las tumbas, y la labor de los expertos no ha hecho más que aumentar la confusión. Algunos hallan indicios de que la lengua es indoeuropea; otros, de que es semítica. A veces se ha sostenido que pueden hallarse presentes ambas influencias y que la lengua es el resultado de una fusión de un campesinado indoeuropeo dominado por una aristocracia proveniente de Asia y de lengua semítica. Otra tesis es que la lengua etrusca no se relaciona con ninguna otra, sino que, como el vasco, es una reliquia de los tiempos anteriores a la invasión y ocupación de Europa por pueblos indoeuropeos.


La religión etrusca, como la de los egipcios, se centraba principalmente en la muerte. Las tumbas eran objeto de un trabajo muy elaborado; la mayor parte de las estatuas que nos han llegado estaban destinadas a la conmemoración de los muertos; un tema favorito de este arte es la fiesta fúnebre. El ritual religioso era sombrío y se daba mucha importancia a los intentos de predecir el futuro estudiando las entrañas de los animales sacrificados, el vuelo de las aves o el trueno y el rayo. Los romanos heredaron mucho de esto, y en toda la historia de la República a menudo la superstición guió su conducta.


La ingeniería y la tecnología etruscas parecen haber sido de primera calidad para su época. Las ciudades eran amplias y bien edificadas, con macizas murallas construidas con grandes peñascos unidos sin cemento. Tenían buenos caminos y túneles; tenían templos mayores que los de los griegos y en los que usaban el arco, que no tenían los templos griegos.


En su sociedad, las mujeres ocupaban una posición de considerable prestigio. Esto no era frecuente en las sociedades antiguas, y cuando ocurría, habitualmente es tomado como signo de que la cultura era ilustrada y «moderna» en su visión de la vida.


En suma, el ámbito etrusco fue una especie de Roma antes de Roma, pero tomó un camino equivocado, pues sus ciudades nunca lograron unirse en un gobierno centralizado. A causa de esto, una ciudad exterior a Etruria, que centralizó las regiones situadas a su alrededor y que tuvo siempre un objetivo en vista, derrotó a las numerosas ciudades etruscas (cada una de las cuales era, en un principio, más fuerte que ella) una por una y poco a poco, hasta barrerlas, dejándonos sólo un misterio que quizá nunca sea resuelto.


Pero mientras los etruscos se establecían en Italia, otros pueblos orientales penetraban en el Mediterráneo Occidental. Los fenicios, procedentes del borde oriental del Mediterráneo, eran eficientes colonizadores y fundaron muchas ciudades en el norte de África. De ellas, la que iba a llegar a ser más famosa y potente era Cartago, situada cerca de la moderna ciudad de Túnez. La fecha tradicional de la fundación de Cartago era el 814 a. C.


Cartago estaba solamente a 460 kilómetros al sudoeste de la punta de Italia, y entre Italia y Cartago se hallaba la gran isla triangular de Sicilia, que para todo el mundo parece como una pelota triangular a punto de ser pateada por la bota italiana. A causa de su forma triangular, los griegos la llamaban trinacria, que significa «de tres puntas». El nombre, mucho más conocido, de «Sicilia» deriva del nombre tribal de sus más antiguos habitantes conocidos: los sículos.
Cartago estaba solamente a 150 kilómetros al sudoeste del extremo occidental de Sicilia.


Los griegos también se desplazaron hacia el Oeste desde sus centros de población, que estaban a unos 350 kilómetros al sudeste del talón de la bota italiana. En el siglo VIII a. C., los griegos fundaron muchas ciudades florecientes en el sur de Italia; estas ciudades llegaron a ser tan prósperas que la región fue llamada la Magna Grecia en tiempos posteriores.


La ciudad de la Magna Grecia que iba a ser más famosa fue llamada Taras por los griegos y Tarentum (Tárento) por los romanos. Fue fundada alrededor del 707 a. C., y estaba situada sobre la costa marina de la parte interior del talón de la bota italiana, allí donde la costa se dobla para formar el empeine.


La isla de Sicilia fue colonizada por los griegos en sus tramos orientales y por los cartagineses en el Oeste. La más grande y famosa de las ciudades griegas de Sicilia fue Siracusa, fundada por el 734 a. C. Estaba ubicada en la costa sudoriental de la isla.


Esta era, pues, la situación a mediados del siglo VIII antes de Cristo. Los etruscos dominaban el centro de Italia y los griegos el sur, mientras los cartagineses estaban sobre el horizonte del sudoeste. Fue por entonces cuando se fundó una pequeña aldea llamada Roma en las márgenes meridionales del río Tíber, en la frontera etrusca.


Roma formaba parte de un distrito italiano llamado el Lacio, que se extiende a lo largo de la costa por unos 150 kilómetros al sudoeste de Etruria. El Lacio, al igual que Etruria, no constituía un gobierno centralizado. En cambio, cada distrito consistía en una serie de ciudades-Estado, pequeñas zonas formadas por una región agrícola más una ciudad central. Cada ciudad-Estado era independiente, pero formaban alianzas con las ciudades vecinas para su defensa contra un enemigo común.


Unas treinta ciudades del Lacio, que tenían una lengua común (el latín) y costumbres similares, se unieron para formar una Liga Latina alrededor del 900 a. C., probablemente para defenderse contra los etruscos, quienes a la sazón estaban empezando a establecerse firmemente en el Noroeste. La ciudad más importante y la dominante de la Liga Latina por aquellos remotos días era Alba Longa, situada a unos 20 kilómetros al sudeste del lugar en el que se levantaría más tarde Roma.


Isaac ASIMOV, «Los siete reyes», en La República Romana, capítulo 1, páginas 2-5.

9 de diciembre de 2006

Un poquito menos malo

Esto post no sé ni cómo comenzarlo. ¡Son tantas las emociones!

Sólo quiero consignar aquí dos cosas: la primera y menos trascendente, que preparé los exámenes de medio semestre metido en mi celda sin que me diera la luz del sol por semana y media.

Detalle_del_Baldaquino_de_Bernini

La segunda y más importante es que tuvimos la gracia, inimaginada, de estar cerca de Su Santidad. ¿Qué decir ante tanta bondad? Sólo puedo agradecer profundamente la Providencia divina y las personas que hicieron posible esta experiencia.

Como la vida sigue, ahora toca mi respuesta, por eso espero ser, al menos, un poquito menos malo el resto de los días de mi vida.

25 de noviembre de 2006

Capilla Redemptoris Mater

Esta semana uno de los hermanos brasileños de la comunidad fue invitado por un padre jesuita italiano para visitar "una capilla en el Vaticano". Le dijo además que podía invitar a más personas para que le acompañaran y le pidió que le confirmara su presencia y el número de sus acompañantes para realizar los trámites de reserva correspondientes. El hermano nos pasó el aviso y ni tardos ni perezosos nos apuntamos para la visita guiada.

Es la historia de cómo tuvimos la gracia inmerecida de visitar el jueves de esta semana el Vaticano. Lo que nunca nos imaginamos es que el espectáculo que contemplaríamos no se limitaría sólo al hecho de visitar la Ciudad "dentro de sus muros", sino a que la susodicha capilla es ni más ni menos considerada como la "Capilla Sixtina del año 2000".

De lo que me acuerdo que nos dijeron y de lo que investigué en la red recojo lo siguiente: Se trata del oratorio de los Papas que se encuentra precisamente dentro del Palacio Apostólico del Vaticano. Se accede a ella a través de uno de los bellísimos pasillos que decoró Rafael. Antiguamente se le conocía como "Capilla Matilde", pero el Papa Juan Pablo II le cambió el nombre a "Redemptoris Mater" (en latín, que significa: "Madre del Redentor") en el curso del año 1987, cuando proclamó el famoso Año Mariano. Ya desde ese año la "rebautizada" capilla Redemptoris Mater se caracterizó, entre otras cosas, por "una presencia intensa del Oriente en Roma a través de diversas y significativas celebraciones litúrgicas en los diferentes ritos de las Iglesias orientales católicas" (cf. Departamento de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, Liturgie dell'Oriente cristiano a Roma nell'Anno Mariano 1987-1988, Libreria Editrice Vaticana, 1990). Juan Pablo II, de origen polaco, quiso "promover una visión de la Iglesia que respira en su teología, en su liturgia y en su espiritualidad con los dos pulmones del Oriente y del Occidente". En este punto es necesario recordar que la más grande, más dolorosa y más significativa de las divisiones al interior de la Iglesia fue precisamente la del año 1054, cuando toda la Iglesia griega se sintió excomulgada por un cardenal intolerante enviado desde Roma. A dicho acto se le conoció como "el gran cisma de Occidente".

El caso es que 9 años después, el Papa Wojtyla cumplió 50 de sacerdocio y, como es costumbre para quienes llegan a ese providencial aniversario, se organizaron algunas actividades conmemorativas. Entre las más destacadas se recuerda el famoso libro de memorias sacerdotales: Don y misterio del cuál tomé la frase que da título a este blog: "Aprender Roma". Bueno, al final del año de su jubileo sacerdotal, los cardenales, como recuerda el ceremoniero pontificio, entre los cuales algunos habían participado directamente en su elección, y de los cuales la mayoría habían sido nombrados por Él, "todos quisieron, con un regalo significativo, expresar su devoción y su estima al Sucesor de Pedro", así que organizaron una "vaquita" y le brindaron un generoso regalo de dinero para que con él hiciera lo que quisiera.

Así, "el 10 de noviembre de 1996, al concluir las manifestaciones jubilares, en presencia de muchísimos cardenales, el Papa dijo, dirigiéndose al Colegio Cardenalicio: «Agradezco de corazón la suma que habéis querido ofrecerme, a través del Cardenal Decano, como regalo vuestro en esta circunstancia. Creo que es oportuno al destinarla a una obra que permanezca en el Vaticano. Pensaría por eso en las obras de reestructuración y decoración de la Capilla Redemptoris Mater en el Palacio Apostólico». En las intenciones del Pontífice la Capilla debía tener también un particular significado y ser adornada de modo que fuera visible el encuentro entre Oriente y Occidente. El Papa formulaba este deseo: «Se convertirá en un signo de la unión de todas las Iglesias, a las que vosotros representáis, con la Sede de Pedro. Además revestirá un particular valor ecuménico y constituirá una presencia significativa de la tradición oriental en el Vaticano»".

Entonces comenzaron los trabajos. Se le encomendó al padre jesuita esloveno Marko Ivan Rupnik, artista, teólogo y director del Taller del Arte Espiritual, institución ligada al Instituto Pontificio Oriental. Él y sus artistas trabajaron durante 3 años para convertir las paredes y el techo de la capilla en una "superficie en mosaico de más de 600 metros cuadrados conformada por millones de piedras talladas una por una a mano. Los materiales hablan por sí solos: granito, travertino, mármoles de Macedonia, esmaltes, oro, oro blanco, nácar".


Asi_son_los_mosaicos_de_la_capilla_del_Vaticano_pero_esta_foto_es_de_otro_lugar

Al mismo tiempo ciertas adecuaciones arquitectónicas ayudaron al mejor desenvolvimiento del concepto litúrgico. La sede, el ambón y el altar, los tres hechos de bronce, se distribuyeron a lo largo de un pasillo que cruza toda la capilla, de suerte que fundieran su presencia con el mensaje de los mosaicos.

Ya para 1999 la capilla se convirtió "en un monumento artístico y litúrgico de nuestro tiempo, en un ambiente como el de los Palacios Vaticanos, donde resplandece la Capilla Sixtina, también completamente restaurada a lo largo de los últimos años... la más célebre de las Capillas del Palacio Apostólico", con la cual está emparentada. Ambas son magníficos ejemplos de cómo el arte puede convertirse en verdadera "Biblia de los pobres" (Biblia páuperum). "En la persona del Papa, que ha querido restaurarlas, las dos Capillas encuentran una evocación de reciprocidad y de profundización, de complementariedad y de original continuidad teológica y espiritual, como regalo al Pueblo de Dios para el cual quedan como monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad para las generaciones futuras".

Desde entonces en esta capilla se siguen teniendo acontecimientos importantes cada ano, por ejemplo, en ella el Papa y el clero de la Curia vaticana reciben los famosos ejercicios de Adviento y de Cuaresma. Hace unos días, de hecho, oraron allí juntos Benedicto XVI y el Arzobispo de Canterburry, máximo líder de la Iglesia Anglicana (otra de las Iglesias separadas).

Su Santidad Juan Pablo II, quien aparece retratado en los mosaicos con la Iglesia en una de sus manos, dedicó el altar y la capilla el 14 de noviembre de 1999. En su homilía afirmó: "Cristo planteó a sus discípulos esta pregunta crucial: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Al recorrer el mensaje que se desarrolla en los mosaicos de las paredes, se puede leer la respuesta que la Iglesia sigue dando también hoy a la pregunta de su Señor. Se trata de la misma respuesta que dio Pedro aquel día: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16)".

Para conocer más:

4 de noviembre de 2006

Al Espíritu se le escucha en la oración

Sin haber imaginado siquiera esta posibilidad, nuestras escuelas nos brindaron la oportunidad de ver de nuevo al Papa Benedetto, esta ocasión en la visita que realizó este viernes 3 a la Pontificia Universidad Gregoriana.

Su Santidad dirigió un discurso cálido a todos los presentes, recordando aquella ocasión en que siendo apenas un «pobre perito» asistió a la defensa de una tesis doctoral de un sacerdote jesuita en tiempos del Concilio Vaticano II. En ese momento fue muy ovacionado por todos los presentes.


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Sin duda es impactante verlo en un marco universitario, pues él mismo fue profesor y aunque gran parte del discurso se le fue en los saludos y las encomiendas, la frase que me dejó pensando fue que pidió que, entre otras cosas, todos estudiemos con fe, esperanza y amor, porque «al Espíritu se le escucha en la oración».

2 de noviembre de 2006

Bajó la temperatura

Mi hermanita me preguntó sobre cuándo venir a Roma, si es que Dios se lo concede. Aunque llevo poco tiempo y no he vivido todos los climas de esta Ciudad, vi que hay algunas guías turísticas con buenos consejos al respecto. A continuación trascribo lo que dice La Guía Verde que me regaló el Padre Pepe hace unas semanas:

« ¿Cuándo viajar?

« Clima.- Situada a 28 Km del mar, Roma disfruta durante todo el año de un clima relativamente suave. El tiempo es particularmente agradable en mayo, septiembre y octubre, y a veces en junio si los calores tórridos del verano romano tardan en llegar. Durante los meses de julio y agosto las temperaturas bajan rara vez de los 30º C y van acompañadas de una intensa humedad que hace la atmósfera sofocante. Septiembre y octubre son meses espléndidos, soleados y todavía suaves (algún año sin embargo ha llovido abundantemente en octubre). Noviembre es el mes de las lluvias, que en Roma no son finas pero insistentes sino de las que calan bien. En noviembre llegan también los primeros fríos, que se hacen cortantes en diciembre, enero y febrero, pero es raro que nieve (cada 20 años más o menos). En marzo y abril vuelven las temperaturas suaves pero también pueden ser meses de lluvia intensa.

« La mejor época.- Visto el cuadro climático descrito, parece evidente que los mejores meses para visitar Roma son abril, mayo, septiembre y octubre, pero éstos son también los meses en que la ciudad es literalmente asaltada por los turistas (sobre todo el periodo de Semana Santa y Pascua). Turistas que se suman al ya de por sí intenso tráfico citadino. Si no viaja con niños o personas mayores y soporta bien el calor del verano, en julio y agosto podrá descubrir una Roma menos contaminada y mucho más tranquila: aparte del éxodo que se produce durante las “vacaciones nacionales” de agosto, en julio parte de la población se traslada a las segundas residencias de la playa. Los meses de invierno también pueden resultar muy agradables: el aire es más limpio, la luz más transparente, el cielo extraordinariamente azul y no todos los años el frío es intenso. Hay meses de diciembre en los que se puede andar por Roma sin abrigo y dada la proximidad de las Navidades, en casi todas las iglesias se instalan belenes, muchos de ellos magníficos. También por diciembre, la piazza Navona se anima con puestos de artículos y adornos navideños o golosinas y juguetes que la bruja Befana, colega italiana de nuestros Reyes Magos, trae a todos los niños romanos.

« Días festivos.- En Italia son festivos el 1 y el 6 de enero, el domingo y el lunes de Resurrección, el 25 de abril (aniversario de la liberación de 1945), el 1 de mayo, el 15 de agosto (Ferragosto), el 1 de noviembre y el 8, 25 y 26 de diciembre. Además, en Roma se celebran el 21 de abril (“cumpleaños” de la ciudad) y el 29 de junio, día de los santos Pedro y Pablo, patronos de la ciudad.

«Y para ver al Papa.- Cuando el Santo Padre se encuentra en Roma concede una audiencia pública semanal todos los miércoles. Ésta tiene lugar normalmente en la Plaza de San Pedro: Durante el verano a las 10 y en invierno a las 10.30. Otra forma de verlo es durante el Angelus de los domingos y festivos en la Plaza de San Pedro a las 12. El acceso a la zona es libre los domingos y festivos. La entrada para la audiencia es gratuita pero debe solicitarse por escrito y con una o dos semanas de antelación a la Prefettura della Casa Pontificia – Città del Vaticano 00120 Roma, Tel. 06 69 88 32 73. Los grupos deberán especificar el número de componentes y el lugar de procedencia. Las entradas se recogen la víspera de la audiencia de 15 a 20 o la mañana misma a partir de las 8 en el portón de bronce de la Prefectura (plaza de San Pedro). A pesar de todo, las solicitudes suelen ser aceptadas hasta el mismo día de la audiencia.»

Hasta aquí la cita.

Foto_Cortesia_Padre_Pepe

De lo dicho lo que me ha tocado es tal cual dice la guía. Llegué a fines de agosto con temperaturas y humedad tropicales que poco a poco bajaron, sobre todo con algunos días de chubascos fuertes y breves entre septiembre y octubre. Lo de que los turistas abarrotan la ciudad también es cierto: tiene sus ventajas, pues el ambiente callejero es muy despreocupado. Es más, algunos restaurantes sólo abren el verano. Una gran desventaja pueden ser las filas para ingresar a cualquier sitio de interés (museos, restaurantes). Además, aunque hubiera 40º C, no se permite la entrada a ninguna Iglesia en ropa playera, sin mangas o corta. He visto muchos turistas protestando afuera del Vaticano quitándose las camisetas porque les negaron el ingreso con pantalones cortos. En cuanto a los días festivos hay que considerar que el principal inconveniente que pueden presentar es el encontrar todo cerrado. El caso es que esta semana estrené mis abrigos porque con precisión cosmológica desde el primero de noviembre bajó la temperatura.