26 de enero de 2007

Laocoonte. Inicio de los Museos Vaticanos

El 14 de enero de 1506 en la viña de Felice de Fredis, en la colina esquilina, entre las Termas de Tito y el Coliseo, Giuliano da Sangallo y Michelangelo Buonaroti, entonces dos artistas ya famosos, hicieron un hallazgo que revolucionaría la historia del arte: descubrieron un grupo escultórico.

Hacía más de mil años que Plinio el Viejo había afirmado la existencia de una bellísima representación escultórica que destacaba entre otras en el palacio del emperador Tito. Plinio falleció en la erupción del Vesubio del año 79 después de Cristo, pero alcanzo a escribir en su Naturalis Historia (XXXVI, 37) que esta escultura fue realizada por los artistas rodios Agesandro, Atenodoro y Polidoro, y que merecía la preferencioa entre todas las demás representaciones del mismo tema en pintura o en bronce.

Por eso, al verlo los dos artistas quedaron extaiados por la emoción y la dramaticidad de la acción representada ante sus ojos. Giuliano da Sangallo exclamó: “¡Es el Laocoonte del cual hablaba Tito!” .

El entonces Papa, Julio II della Rovere, la adquirió de inmediato con acto del 23 de marzo de 1506 y la colocó en la esquina de un patio en el Vaticano, en el nivel más alto del nuevo complejo arquitectónico diseñado por Bramante tomando como modelo el templo de la Fortuna Primigenia en Palestrina, el cual pronto se llenó de otras esculturas bellas (el Patio de las estatuas) que más tarde se llamaría Cortile Ottagono (por su forma octagonal) y constituyo el inicio de lo que, con el paso del tiempo, se convirtió en la serie de Museos Vaticanos.
Hasta el día de hoy el Lacoonte es uno de los núcleos más importantes de la escultura antigua conservada en ellos y, quizá, la pieza más famosa de la escultura de la Antigüedad.

Pronto influyó en los grandes artistas del momento: por ejemplo, uno de los profetas de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, Jonás, toma como modelo al Laocoonte. El mismísimo Cristo del Juicio Universal tiene el cuerpo del Laocoonte.

Irrumpe entonces el arte clásico en el arte del Renacimiento: Iglesia y Antigüedad se besan, los profetas del Antiguo Testamento se intercalan con las sibilas, y se muestra a los grandes pensadores antiguos como uno de los caminos hacia Dios. En seguida Rafael pintará el freco de la “Escuela de Atenas”, hoy también parte de los Museos Vaticanos. Allí los inigualables filósofos griegos son representados bajo las bóvedas de la nueva basílica de San Pedro que estaba erigiéndose, y se ubican frente a la “Disputa del Santísimo Sacramento”, casi como dirigiéndose a comulgar hacia un virtual altar con la Eucaristía en la pared de enfrente.

Laocoonte_en_los_Museos_Vaticanos

Pero volvamos a nuestra escultura: en ella, esculpido en mármol, Laocoonte, sacerdote de Apolo, «aparece representado con sus dos hijos, envueltos en las espirales de dos serpientes, sobre las gradas de un altar. Uno de los dos reptiles hinca sus dientes en la cadera de Lacoonte quien se yergue de súbito y trata en vano de alejar de sí la cabeza del animal. El otro ha mordido ya en el costado al hijo menor que cae desfallecido por el dolor, mientras el mayor trata de deshacerse y de huir de los anillos de la serpiente. Virgilio da una amplia descripción de este episodio (Eneida, II, 199-233): el sacerdote troyano había puesto en guardia a sus compatriotas contra el caballo de madera de los griegos, dejado por éstos como "ofrenda votiva a Atenea", y había lanzado contra él una jabalina. Este hecho suscito las iras de Atenea quien mandó las serpientes contra Laocoonte. Los troyanos lo interpretaron como un signo divino, no tuvieron en cuenta las advertencias de Laocoonte y arrastraron el caballo de madera hasta el centro de la ciudad. Únicamente Eneas reconoce la verdadera significación del presagio, se pone a salvo con su familia huyendo a Italia» donde, según la leyenda fundaría Lavinium. Como ya se ha expuesto en otros posts, su hijo sería el fundador de Alba Longa y César hizo referencia como argumento político a la descendencia troyana de su familia, la gens Julia. En época de Augusto esta leyenda privada se hizo fundamento ideal de su imperio legitimando sus aspiraciones de dominio.

El grupo del Laocoonte datado en la primera mitad del siglo I después de Cristo por escultores rodios, se inspira en un original de bronce aún más antiguo del siglo II aantes de Cristo.

Pero para describir la escultura actual se pueden recordar las palabras de Johann Joachim Winckelmann, uno de los primeros teóricos de la historia del arte: “Como la profundidad del mar que permanece inmóvil por más que se agite la superficie, la expresión de las figuras griegas, aun agitadas por la pasión, muestran siempre un alma grande y ejemplar. Esta alma, no obstante los más atroces sufrimientos, se evidencia en el rostro del Laocoonte, y no sólo en éste. El dolor que se muestra en cada músculo y en cada tendón del cuerpo y que, con sólo mirar el vientre convulsionadamente contracto, sin fijarse ni en la cara ni en cualquier otra parte, casi creemos sentirlo nosotros mismos, este dolor, digo, no es expresado con signos de rabia en el rostro ni en la actitud. El Laocoonte no grita horriblemente como en el canto de Virgilio: el modo en que la boca está abierta no lo permite. Más bien no puede ni salir un suspiro angustioso y oprimido, como lo describe Sadoleto. El dolor del cuerpo y la grandeza del alma están distribuidos con igual medida y parecen mantenerse en equilibrio. Laocoonte sufre; pero sufre como el Filottete de Sófocles: su pasión nos toca el corazón, pero nosotros desearíamos poder soportar el dolor como este hombre sublime lo soporta”.

Se trata, pues, del drama de un hombre que sacrifica la propia vida y la de sus hijos por la salvación de su ciudad y de todo lo que ella implicaba en el sistema de su tiempo: la patria, la religión, la familia.

Siglos más tarde Ludwig Pollak descubrió el brazo derecho, que aparece en levantado y doblado, en 1905.

Su última restauración se llevó a cabo de 1957 a 1960.

Éstos meses está siendo exhibido todos los días de manera gratuita en los Museos Vaticanos junto a las obras que ha inspirado provenientes del Metropolitan, del British, del Louvre, de l’Ermitage, de la Albertina, de los Uffizi, del castillo de Windsor, del Chateaux Fontanebleau, del Somaini, de la Biblioteca Apostolica Vaticana y del Archivo Secreto Vaticano, como parte central del aniversario número 500 de los museos.

21 de enero de 2007

Para siempre

«"Para siempre", los jóvenes
le tienen miedo a estas palabras porque
no comprenden que se trata de una promesa de Dios:
su matrimonio durará para siempre.
No sé si me equivoco, pero creo que
la promesa es tiempo futuro, pues dice:
"Te desposaré conmigo para siempre" (Oseas 2, 19)».




Éste es uno de los fragmentos que más me impactó de la homilía que escuché hoy en la Misa de acción de gracias que celebramos por la Profesión perpetua de la religiosa teatina Sor Ivanir en la Casa Generalizia de la rama femenina de la Orden. Sor Ivanir profesó en Brasil el pasado 30 de diciembre y hoy compartimos su alegría aquí en Roma en el Pan de la Palabra y de la Eucaristía.

Sin duda esta semana ha sido en extremo impactante para mí, más allá de las habituales actividades de estudio y comunidad, pues me enteré de la futura boda de mi hermana en México.

Por eso la acción de gracias de una religiosa que entrega su vida, las tradicionales enseñanzas bíblicas y las sabias prácticas eclesiales me han hecho reflexionar estos días.

A mis padres un abrazo de consuelo: recordemos que Dios quiere que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia. Si este momento es para mi hermanita vivificante, entonces hagamos lo posible para que sea más pleno, sin reproches ni reclamos. Cada persona será llamada a responder por sus propios actos, no por los de los demás, así que seamos responsables de nuestra propia respuesta en estos momentos: sólo el amor salva.

Hermanita desde aquí mi felicitación y el deseo sincero de que seas amada, respetada, honrrada, comprendida y apoyada, en la salud y en la enfermedad, por quien será tu cónyuge ante Dios y ante la patria. Que des y recibas el bien más preciado de tu vida, el regalo del amor eterno y verdadero.

Tú y él, no tengan miedo: como escuché hoy en la homilía la expresión "para siempre", «...se trata de una promesa de Dios: su matrimonio durará para siempre. No sé si me equivoco, pero creo que la promesa es tiempo futuro, pues dice: "Te desposaré conmigo para siempre" (Oseas 2, 19)».

18 de enero de 2007

09 El Lacio y más allá de él

La conquista de Italia [1 de 4 partes]


Hagamos una pausa para examinar el cambio en la situación del mundo en los cuatro siglos transcurridos desde la fundación de Roma.

En el Este hacía tiempo que el Imperio Asirio había muerto, vencido y olvidado. En su lugar había surgido un reino aún más vasto, más poderoso y mejor gobernado: el Imperio Persa. En el 350 a. C., aunque el apogeo de Persia había pasado, aún gobernaba sobre grandes partes del Asia Occidental, desde el mar Egeo hasta la India, y además dominaba a Egipto.

Los griegos habían pasado por un período de gran esplendor durante el primer siglo de la República Romana. Mientras Roma se liberaba lentamente de la dominación etrusca, la ciudad griega de Atenas llegaba a una cima de la cultura que fue única en la historia del mundo.

Desgraciadamente, las ciudades griegas estaban en una lucha constante unas contra otras, y por la época en que los galos penetraban en Italia Central, Atenas fue derrotada en la guerra por su principal rival, Esparta, a tal punto que nunca logró recuperarse completamente. Poco después, Esparta también fue derrotada por la ciudad griega de Tebas. En 350 a. C., las querellas entre las ciudades griegas las había reducido a todas a un eterno tira y afloja en el que todas perdían y ninguna ganaba.

En Sicilia, al sur de Italia, hubo un chispazo de grandeza griega, pues mientras Roma se recuperaba de la conquista gala, la ciudad de Siracusa era dominada por un vigoroso gobernante, Dionisio. Casi toda Sicilia cayó bajo su dominación, y sólo el extremo occidental siguió siendo cartaginés. Además, su poder se extendió sobre buena parte de las regiones griegas de Italia Meridional. Pero en 350 a. C. hacía diecisiete años que Dionisio había muerto, y bajo sus débiles sucesores Siracusa decayó rápidamente.

Pero una pequeña tierra situada al norte de Grecia alcanzó una inesperada grandeza. Era Macedonia, cuyos habitantes hablaban un dialecto griego, pero eran considerados, en el mejor de los casos, como semibárbaros por los cultos griegos del Sur.

Hasta 359 a. C., Macedonia no había sido más que un remanso sin ninguna importancia en la historia, pero ese año llegó al poder un hombre extraordinario: Filipo II. Casi inmediatamente aplastó a las tribus bárbaras de las fronteras de Macedonia. Estas habían ocasionado continuos trastornos a los predecesores de Filipo en el trono y habían impedido que Macedonia desempeñase un papel importante en los asuntos mundiales. Ahora Filipo tuvo las manos libres.

Además, selló una alianza con el Epiro, país situado al oeste de Macedonia sobre la costa marina, separado del talón de la bota italiana por un estrecho brazo de mar de unos 80 kilómetros. Filipo se casó con una princesa de la familia real epirota y luego colocó a su cuñado Alejandro I en el trono de Epiro.

Filipo formó un grande y eficiente ejército, cuyo núcleo era una bien entrenada falange. Esta consistía en soldados de infantería dispuestos en filas muy apretadas.

Reconstruccion_de_una_falange_griega

Las filas traseras tenían largas lanzas que reposaban sobre los hombros de los que formaban las filas delanteras, de modo que la falange se asemejaba a un puercoespín erizado. La falange, entrenada para maniobrar con precisión, ya avanzase al paso, ya cambiase de posición a la derecha o la izquierda, podía sencillamente destrozar en su camino a ejércitos menos organizados como si fuera un ariete. (En verdad, la palabra «falange» proviene de un término griego que designa a un leño usado como ariete.)

Filipo hizo que la falange fuese apoyada por la caballería y un sistema de suministros eficientemente organizado. Por el 350 a. C., Filipo estaba haciendo sentir su poder en Grecia, y las ciudades griegas empezaron a intentar (vanamente) detenerlo.

Nada de esto afectó a los romanos. Todos estos sucesos, hasta el surgimiento de gobernantes fuertes en Sicilia y Macedonia, ocurrían demasiado lejos para que les preocupase en 350 a. C. Para Roma, sólo dos potencias representaban un peligro: las tribus galas del Norte y las tribus samnitas del Este y el Sur. Roma aprovechó todas las oportunidades que se le presentaron para debilitarlas y volverlas inocuas.

La primera oportunidad se le presentó a Roma por una especie de guerra civil entre los samnitas. Las tribus samnitas de Campania estaban en conflicto con las del mismo Samnio, y los campanienses solicitaron ayuda a Roma. (En los siglos siguientes, Roma siempre estuvo dispuesta a escuchar los pedidos de ayuda, siempre cumplió sus promesas y siempre se quedó con el botín. Al parecer, quienes usaron la peligrosa arma de la ayuda romana nunca aprendieron cuan fatal era su ayuda. Puede excusarse a los samnitas de Campania por ser los primeros.)

En 343 a. C., los romanos hicieron una alianza con la ciudad de Capua y declararon la guerra a los samnitas. Así empezó la Primera Guerra Samnita, que puede ser considerada como el primer paso de Roma hacia la dominación mundial. No fue una guerra particularmente notable, pero, después de dos años de combates no muy intensos, los samnitas fueron expulsados de Campania y se impuso la influencia romana sobre la región. En 341 antes de Cristo se convino la paz por ambas partes sin una tajante victoria de ninguna de ellas.

Probablemente Roma pensó que era prudente hacer la paz con los samnitas sin haber obtenido una victoria realmente aplastante, a fin de precaverse frente a problemas más cercanos. Mientras los ejércitos romanos luchaban en Campania, se suponía que sus aliados latinos mantendrían a raya a los samnitas del mismo Samnio. Pero los latinos en modo alguno deseaban hacer esto. Muchos de ellos pensaban que Roma era un amo opresivo, y ciertamente el momento parecía propicio para una revuelta, ya que los ejércitos romanos estaban ocupados en otra parte. En 340 a. C. comenzó la Guerra Latina

Desgraciadamente para los latinos, escogieron mal el momento. Por la época en que se había iniciado la revuelta, Roma se había percatado de lo que se preparaba; había hecho la paz con los samnitas y enviado sus ejércitos hacia el Norte nuevamente. En dos batallas campales, los romanos derrotaron completamente a los aliados latinos. En una de ellas, el cónsul romano Publio Decio Mus se hizo matar deliberadamente, pensando que mediante este sacrificio a los dioses inferiores podía asegurar la victoria para su ejército. (Este sacrificio tal vez fuese realmente útil, pues los soldados, pensando que ahora los dioses estaban de su lado, quizá luchasen con redoblado fervor, mientras que el enemigo, por el contrario, acaso se sintiese desalentado.)

Roma pudo volverse ahora cómodamente contra las ciudades latinas que aún resistían y las sometió una por una. Por el 338 a. C. se extendía por el Lacio la quietud de la muerte.

Durante décadas hubo también periódicas escaramuzas entre los romanos y los galos Los romanos triunfaron constantemente, aunque generalmente permanecieron a la defensiva contra el bien recordado y aún temido enemigo. Pero se hizo cada vez más obvio para los galos que obtendrían poco beneficio de su lucha con los romanos, y las victorias de éstos sobre los samnitas y los latinos parecían augurar aún menos provecho para el futuro. En 334 a. C, los galos concertaron una paz general y se retiraron a sus fértiles tierras del Valle del Po.

Samnitas y galos habían sido domesticados de algún modo y los aliados latinos castigados. Roma, pues, se dedicó a reorganizar sus dominios, que ahora se extendían por unos 11.500 kilómetros cuadrados y contenían una población de al menos medio millón de personas.

No hizo ningún nuevo intento de fingir que ella sólo era la cabeza de una liga de aliados. El Lacio fue convertido en territorio romano, y la mayoría de las ciudades tuvieron que abandonar toda forma de autogobierno y convertirse en meras colonias. Ya no pudieron hacer acuerdos entre ellas y sus mutuas relaciones recibieron la mediación de Roma. Las leyes que las gobernaban fueron establecidas por Roma, y fue al juicio de ésta al que debieron apelar. Sin embargo, sus habitantes podían adquirir la ciudadanía romana si se trasladaban a Roma.

Todo esto no fue tan malo como parece. En general, el gobierno romano fue eficiente. Quizá haya sido más duro que los tipos de gobierno a los que estamos acostumbrados, pues los romanos no tenían nuestra idea de la democracia, pero las ciudades latinas fueron gobernadas por Roma como se habían gobernado a sí mismas. Además, como parte de una región mayor, se vieron libres de las constantes guerras entre unas y otras. Con la paz aumentaron el comercio y la prosperidad.Gracias al buen gobierno y a los buenos tiempos, las ciudades latinas y las otras regiones de Italia dominadas por Roma habitualmente permanecieron fieles a ella, aun cuando la ciudad sufrió grandes desastres un siglo más tarde y cuando las rebeliones podían haber destruido para siempre el poder romano. (La moraleja de esto, como podemos ver, es que las conquistas pueden parecer gloriosas e inspirar fascinantes capítulos en los libros de historia, pero los resultados duraderos se logran mediante la monótona, laboriosa y cotidiana tarea del buen gobierno.)



Isaac ASIMOV, «La conquista de Italia», en La República Romana, capítulo 3, páginas 26-28.

6 de enero de 2007

Cántico de las creaturas

ALTÍSIMO, OMNIPOTENTE Y BUEN SEÑOR, a Ti loor y gloria, honor y toda bendición: a Ti solo, Altísimo, Te convienen, y ningún hombre es digno de nombrarte.

¡Alabado sea, mi Señor, en todas las creaturas tuyas, especialmente el señor hermano Sol, por quien nos das el día y nos alumbras, y es bello y radiante con grande esplendor: de Ti, Altísimo, es significación!:

¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana Luna y las Estrellas: en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas! ¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Viento, por el Aire y la Nube, por el Cielo sereno y todo Tiempo: por ellos a tus creaturas das sustento!

Alabado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y humilde, preciosa y casta!

¡Alabado seas, mi Señor, por el hermano Fuego: por él nos alumbras la noche, y es bello y alegre, vigoroso y fuerte!

¡Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra, que nos mantiene y sustenta, y produce los variados frutos con las flores coloridas y las hierbas!

¡Alabado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor, y soportan enfermedad, tribulación: bienaventurados quienes las soporten en paz, porque de Ti, Altísimo, coronados serán

¡Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal de quien ningún hombre viviente puede escapar! ¡Ay de aquéllos que mueran en pecado mortal! ¡Bienaventurados los que encuentre cumpliendo tu muy santa voluntad: pues la muerte segunda no les podrá hacer mal!

¡Alabad y bendecid a mi Señor y gracias dad, y servidle con grande humildad!


Francisco de Asís.

Hermano sol

Hoy fuimos, con la gracia de Dios, a la ciudad de Asís (Assisi, en italiano). Con la gracia de Dios porque no hay nieve. Pues estas vacaciones los hermanos del Colegio habíamos pensado pasar un día de descanso en alguna montaña nevada, pero como ha sido la temporada más cálida en Europa desde que se lleva registro no hay nieve cerca de Roma. Así que decidimos cambiar el destino del paseo y ni tardos ni perezosos viajamos a Asís, una pequeña ciudad al centro de Italia, hacia el Norte de Roma en la región de Umbría.

El tren salió de Termini a las 7:36 y el recorrido tardó casi dos horas. De la estación de Assisi es fácil caminar a la Basílica de Santa María de los Ángeles, el templo católico número siete entre los más grandes del mundo (126 metros de largo por 65 de ancho). Dentro alberga una pequeña capillita de cuatro metros por siete que se ve más chiquita todavía debido a las dimensiones del edificio que la rodea. Esa capillita se llama “la Porciúncula” y hoy es difícil imaginarse que en otros tiempos esa iglesita era lo único que existía en medio de los bosques de Asís. En ese diminuto santuario sucedieron cosas extraordinarias que revolucionarían desde dentro la Iglesia católica a partir del siglo XIII.

Como todo mundo sabe, Asís es famoso por ser la ciudad natal de san Francisco (de Asís, claro) en 1182, aunque la ciudad existía desde el siglo IX a. C. Hoy la parte medieval se conserva de manera preciosa en el monte Subasio, mientras la basílica que alberga la Porciúncula está en el valle, rodeada de construcciones más recientes. Bueno, pues san Francisco se llamaba Giovanni Francesco Bernardone y nació en un cuarto de la parte medieval, en el seno de una familia acaudalada. Tras una juventud muy mundana y despreocupada se encontró encarcelado durante un año debido a una guerra entre ciudades. Estando prisionero enfermó, y aprovechó el tiempo para reflexionar y cambiar su forma de vida.

Para manifestar su cambio en 1205 realizaba obras de caridad entre los leprosos y escuchó que el crucifijo de la iglesia de San Damián le pedía que reparara su casa en ruinas. Francisco interpretó primero esta petición de manera literal y comenzó la reconstrucción material de dicha iglesia. Como suele pasar, su conversión –pero sobre todo sus gastos–, enfureció a su padre, que le desheredó legalmente. Entonces Francisco renunció a sus lujosas ropas frente al Obispo a cambio de una humilde túnica y dedicó los tres años siguientes al cuidado de los leprosos y de los proscritos en los bosques.

Francisco rescató también de las ruinas una tercera iglesia, una capilla benedictina dedicada a la Asunción de santa María y pagaba la renta de la misma a los monjes con una canasta de peces. Ésta fue enonces la capilla de la Porciúncula.

Más tarde, el 24 de febrero de 1208, durante una misaen esa capilla, escuchó una llamada en su corazón diciéndole que saliera al mundo y, siguiendo el texto de Mateo 10, 5-14, « no poseyera nada pero hiciera el bien en todas partes ».

Cuando regresó a Asís empezó a predicar, y se convirtió en el fundador del movimiento de renovación de la espiritualidad cristiana del siglo XIII. Em 1208 reunió a sus primeros 12 discípulos, que se convertirían en los primeros hermanos de su orden, más tarde llamada la Primera Orden, y que le eligieron su superior.

En la porciúncula, las vísperas del Domingo de Ramos 1211 recibió a Clara, primera mujer que decidió seguirle; a través de ella se fundó la orden de las Damas Pobres (las clarisas, más tarde Segunda Orden franciscana).

En la Porciúncola se dice, esto puede ser parte de la leyenda, que Francisco pidió a Jesucristo y a la Virgen la gracia "para que a todos aquellos que, penitentes y confesados, viniesen a visitar esta Iglesia, les conceda amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas sus culpas". Escuchó el santo la respuesta: "Tu petición acojo". Así que los Papas han instituido, confirmado, extendido y modificado, la indulgencia plenaria a los peregrinos que entraran en ella, en las iglesias franciscanas y en las catedrales del mundo. Hoy hay que cumplir con las demás obligaciones penitenciales para obtenerla (confesarse y rezar). Al menos yo, no quise que esta ocasión pasara inadvertida y puse manos a la obra.

Pero la historia de Francisco sigue. Emprendió después camino hacia Tierra Santa, pero una tempestad le obligó a volver. A la comunidad de la Porciúncula llegaban las noticias de la obra de Dios.

Sin embargo, otras dificultades impidieron al santo que cumpliera gran parte de la labor misionera cuando llegó a España para evangelizar a los musulmanes.

En 1219 se encontraba en Egipto, donde ejerció su labor misionera pero no consiguió convertir al sultán.

Por fin pudo viajar a Tierra Santa, donde permaneció hasta el año 1220. Hasta él llegó la noticia del martirio que sufrieron cinco monjes franciscanos por evangelizar en Marruecos.

Pero cuando regresó a Asís, encontró oposición entre sus propios frailes y renunció como sus superior.

Esa oportunidad le permitió dedicarse los años siguientes a planear lo que sería la Tercera Orden franciscana, los terciarios.

En septiembre de 1224, tras cuarenta días de ayuno, mientras rezaba en el monte Alverno sintió un dolor mezclado con placer; en su cuerpo aparecieron las marcas de la crucifixión de Cristo, los estigmas.

En la Porciúncula pasó los años que le quedaban marcado por el sufrimiento físico y por una ceguera casi total.

El caso es que justo al salir de la oración en la Porciúncula se encuentra uno con que la historia de Francisco sigue unida a ella.

Dicen que sus padecimientos no hicieron disminuir su amor a Dios y a la Creación, como queda de manifiesto en su Cantico delle creature (« Cántico de las criaturas »), que se cree fue escrito en Asís en 1225, en el que el sol y el resto de la naturaleza son alabados como hermanos y hermanas, y en el célebre episodio en el que Francisco predica a los gorriones.

Atardecer_en_Asis

Hizo su tránsito al cielo el 3 de octubre de 1226 en un pequeño cuarto de enfermería junto a la Porciúncula.

Fue canonizado en 1228.

En esa fecha comenzó en la montaña la construcción de un monumento para albergar la tumba del gran santo la cual terminó siendo una tremenda basílica patriarcal (en realidad dos, una sobre la otra) finalizada en 1253. En su interior están los famosísimos frescos del Giotto y de otros artistas de su escuela que narran la vida, las obras y los milagros del santo en un estilo gótico muy característico.

La tumba de san Francisco está en la cripta de la basílica y se puede acceder a ella libremente, lo cual, claro, también hicimos.

Luego de comer y de caminar por hermosísimas calles que conservan todo su sabor medieval, visitamos la casa de la familia del santo, hoy convertida en capilla, donde se conserva todavía un hueco que servía de celda donde era encerrado por su padre cuando lo castigaba, así como el cuarto humilde (también convertido en capilla) donde nació.

Otro lugar emblemático que visitamos fue la basílica de santa Clara, construida entre 1257 y 1265. Santa Clara está enterrada en esa iglesia, también de estilo gótico. Pero lo más genial de ésta es que hoy en día se encuentra en una de sus capillas laterales el famosísimo Cristo de San Damián que habló a Francisco al inicio de su conversión, como ya se ha dicho.

En Asís en el siglo III había sido martirizado el Obispo san Rufino, por lo que hoy la catedral está dedicada a dicho santo, de estilo románico del siglo IX, célebre por su bella fachada.

En 1980 el papa Juan Pablo II proclamó a san Francisco patrón de los ecologistas, al menos de los ecologistas católicos.

En 1984 el mismo Papa celebró en la amplia explanada que se extiende frente a la basílica patriarcal un encuentro interreligioso por la paz, por la que tanto oró san Francisco.

El 26 de septiembre de 1997 asoló la ciudad un terremoto con un saldo de 10 muertos y gravísimos daños en numerosos edificios emblemáticos de la ciudad; más tarde el 3 de octubre del mismo año tuvo lugar un nuevo temblor, con más destrozos en todos sus monumentos.

En 2000, la basílica patriarcal de san Francisco fue declarada Patrimonio cultural de la Humanidad.

Para finalizar nuestra jornada nos despidió, con una maravillosa puesta, el hermano sol.

Para ver más fotos de Asís visita: Mi album de fotos de Asís en http://family.webshots.com/album/556899786gvoZSa

Fuentes: «Asís», en Microsoft Encarta 2006; «Asís» en Wikipedia.

3 de enero de 2007

Roma. Vista panorámica

1 de enero de 2007

08 Los galos

Superviviencia de la República [4 de 4 partes]


Pero la victoria sobre Veyes fue al principio de escasa utilidad. No era probable que los galos, al penetrar cada año más profundamente en Etruria, se quedasen allí, y los romanos, que pescaron con éxito en las revueltas aguas etruscas, descubrieron que sus aguas también estaban revueltas.

Poco después de la captura de Veyes quedó muy claro que las correrías de los galos amenazarían al nuevo territorio romano al noroeste del Tíber y hasta a la misma Roma. Los romanos tendrían que luchar con los galos.

El 16 de julio de 390 a. C. (363 A. U. C.), un ejército galo, conducido por un jefe tribal llamado Brenno, chocó con los romanos en las márgenes del pequeño río Allia, a unos 15 kilómetros al norte de Roma, y los derrotó completamente. (En lo sucesivo, el 16 de julio fue considerado un día infausto por los romanos.)

(Por supuesto, los romanos no llamaban a esa fecha el 16 de julio. Nosotros hemos adoptado sus nombres para los meses, por lo que éstos nos son familiares, con dos excepciones. En la época de la República, los meses que llamamos julio y agosto eran llamados Quintilis y Sextilis, respectivamente, por los romanos. Cada mes tenía tres días principales. El primer día de cada mes, el día en que el mes era «proclamado» («calare») por el Sumo Sacerdote, era las calendas. De esta palabra deriva la nuestra «calendario». El día de mitad del mes —el 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y el 13 de los otros meses— era los idus, que proviene, quizá, de una palabra etrusca que significa «división». El noveno día anterior a los idus, contando este mismo día, era las nonas («nueve»). Las otras fechas se indicaban como tantos días antes del siguiente día principal. Así, el 16 de julio era «dieciséis días antes de las calendas de Sextilis». Era un sistema ridículamente farragoso, por lo que en este libro sólo usaré el sistema moderno de meses y días.)

Después de la victoria, los galos marcharon directamente hacia Roma y, más afortunados que Porsena, la ocuparon. Fue la primera ocupación extranjera de la historia de Roma, y durante ochocientos años no volvería a haber otra. Por ello, los posteriores historiadores romanos dieron mucha importancia a este desastre único y llenaron el período de leyendas.

Todos los que pudieron huyeron de Roma ante las noticias del avance de los galos, mientras aquellos capaces de combatir se parapetaron en el Monte Capitolino para ofrecer la resistencia final. Los senadores, según los relatos, se sentaron en los portales de sus mansiones para enfrentarse bravamente con los galos. (Esto parece un desatino y probablemente jamás ocurrió, pero es un buen cuento.)

Los galos invasores saquearon e incendiaron la ciudad, pero se detuvieron asombrados ante los senadores sentados inmóviles en sus asientos de marfil. Finalmente, un galo ingenuo extendió la mano para tocar la barba de uno de los senadores y ver si era un hombre o una estatua. En muchas culturas, la barba es el signo de la virilidad y se considera un insulto que un extraño la toque. Cuando los dedos del galo se cerraron en la barba del senador, éste rápidamente levantó su bastón y lo golpeó. El galo, pasado el primer momento de sorpresa, mató al senador, a lo cual siguió una matanza general.

Los galos, luego, pusieron sitio al Capitolio, y a este respecto se cuenta una famosa historia. Una noche, los galos, que habían descubierto un camino relativamente fácil para trepar por la colina, ascendieron silenciosamente mientras los romanos dormían. Habían casi llegado a la meta, cuando los gansos (que eran tenidos en el templo porque desempeñaban un papel en los ritos religiosos) se inquietaron por los débiles ruidos de los hombres que trepaban y comenzaron a graznar y correr de un lado a otro.

Un romano, Marco Manlio, que había sido cónsul dos veces, se despertó. Cogió sus armas y se lanzó sobre el primero de los galos que acababa de llegar a la cima, a la par que despertó a los otros pidiendo ayuda. Los romanos lograron rechazar a los galos y la ciudad se salvó de la derrota total. En honor de esta hazaña, Manlio recibió el sobrenombre de Capitolino.

Los galos, cansados del asedio, que duraba ya siete meses, y estaban padeciendo por el hambre y las enfermedades, convinieron en llegar a una paz de compromiso; esto es, ofrecían abandonar Roma si los romanos les pagaban mil libras de oro. Se llevaron balanzas y se empezó a pesar el oro. El general romano que vigilaba la operación observó que un objeto de oro, cuyo peso conocía, parecía pesar menos en los platillos. Los galos estaban usando pesos falsos para obtener más de mil libras.

El general protestó, y Brenno, el jefe galo, respondió fríamente —según se cuenta—: « ¡Ay de los vencidos! », y arrojó su espada sobre el platillo encima de los pesos, para dar a entender que los romanos tendrían que entregar una cantidad de oro equivalente al peso de su espada, además de mantener los pesos reconocidamente falsos.

Los historiadores romanos no podían dejar las cosas allí, por lo que añadieron que los romanos, indignados, tomaron las armas y rechazaron a los galos y que éstos fueron completamente derrotados por un ejército conducido por Camilo, quien retornó del exilio justo a tiempo para decir: «Roma compra su libertad con hierro, no con oro».

Pero, según todas las probabilidades, esto último es un lisonjero cuento inventado por los historiadores romanos posteriores. Lo más verosímil es que los romanos hayan sido totalmente derrotados, fueron sometidos a tributo y lo pagaron.

No obstante, la ciudad subsistió, y Camilo, si bien no derrotó realmente a los galos, rindió un gran servicio. Con la ciudad en ruinas, los romanos discutieron si no era mejor trasladarse a Veyes y comenzar allí de nuevo, en lugar de permanecer en una ciudad que los sucesos recientes parecían haber convertido en un sitio de mal agüero.

Camilo se opuso a esto con todas sus energías, y su opinión prevaleció. Los romanos permanecieron en Roma y Camilo fue saludado como «el nuevo Rómulo» y segundo fundador de Roma.

La invasión gala tuvo una serie de consecuencias. En primer término, aparentemente destruyó los registros romanos, por lo que no tenemos anales seguros de los primeros tres siglos y medio de la historia romana. Sólo quedan los cuentos legendarios, más o menos deformados, y algunos claramente inventados en tiempos posteriores, que hasta ahora hemos relatado en este libro. Sólo después del 390 a. C. cesa la leyenda y puede comenzar una historia razonablemente fiel.

En segundo lugar, como después de la invasión de Porsena de un siglo antes, sobrevino una época de trastornos económicos en Roma. Los pobres sufrieron horriblemente y los deudores fueron nuevamente esclavizados.

Manlio Capitolino, el patricio salvador del Capitolio, vio que un soldado que había servido valientemente bajo sus órdenes era reducido a la esclavitud por deudas. Movido por la piedad, inmediatamente pagó con su dinero la deuda del soldado. Luego empezó a vender sus propiedades y anunció que mientras él tuviese el dinero necesario nadie sufriría esa crueldad.

A los patricios les disgustó esta actitud, pues esa bondad y generosidad los dejaba en un mal papel por contraste y, lo que era peor, hacía surgir ideas inquietantes en la mente del pobre. Afirmaron que Manlio estaba tratando de ganar popularidad para proclamarse rey. Manlio fue apresado y juzgado, pero hasta para los patricios fue imposible condenarlo a la vista del Capitolio que él había salvado.

El juicio fue trasladado lejos de la vista del Capitolio. Los patricios, entonces, lograron condenarle y el pobre Manlio fue ejecutado en 384 a. C.

Pero nuevamente se produjo una prolongada agitación entre los plebeyos, que buscaban el alivio de su situación, y a la larga no pudo ser ignorada. Camilo, aunque era un patricio, comprendió que era menester pacificar a los plebeyos. Usó en este sentido su enorme influencia, y como resultado de ello en el 367 a. C. se aprobaron las leyes Licinio-Sextianas. (Así llamadas por Cayo Licinio y Lucio Sextio, que fueron cónsules ese año.)

Esas leyes facilitaron las cosas a los deudores una vez más y limitaron la cantidad de tierra que podía tener un hombre. Al impedir que los individuos acumularan finca tras finca, eliminaron uno de los factores que impulsaban a los terratenientes a ser implacables con los pequeños agricultores cuyas tierras deseaban anexarse. Además, el consulado se hizo accesible a los plebeyos y se impuso la costumbre, después de un tiempo, de elegir al menos un cónsul en una familia plebeya. Después de esto, la distinción entre patricios y plebeyos se esfumó completamente.

SPQR

En lo sucesivo, a lo largo de toda la historia romana se tuvo la sensación de que el Senado gobernaba en asociación con el pueblo común. Las leyes y los decretos de Roma fueron promulgados bajo el nombre de S. P. Q. R., iniciales tan conocidas para el historiador de Roma como U. S. A. para los norteamericanos. «S. P. Q. R.» son las iniciales de «Senatus PopulusQue Romanus («el Senado y el Pueblo de Roma»).

Finalmente, la invasión gala dio como resultado, en cierto sentido, un nuevo ordenamiento en Italia Central. Los etruscos estaban abatidos, y el vacío de poder que esto originó podía ser llenado por cualquier ciudad que desplegase la iniciativa adecuada.

Roma había sido un centro de resistencia contra los galos y, aunque había sufrido mucho, luchó respetablemente. Posteriormente, la rápida recuperación de la ciudad le hizo ganar considerable prestigio.

Bajo la capaz conducción de Camilo, Roma recobró rápidamente todo el terreno perdido. Mantuvo Veyes y derrotó a los volscos del sur del Lacio en 389 a. C. Hasta los galos fueron derrotados, cuando intentaron llevar a cabo una nueva invasión en 367 a. C.

Camilo murió en 365 a. C., pero los romanos siguieron fortaleciéndose. En 354 a. C. las ciudades latinas fueron obligadas a incorporarse a la Liga Latina, que ya no fue una alianza en igualdad de condiciones, sino que estuvo claramente dominada por Roma. Al mismo tiempo, la parte meridional de Etruria, hasta 70 kilómetros al norte de la ciudad, reconoció la dominación romana.

Roma gobernó sobre más de 7.500 kilómetros cuadrados de Italia Central sólo una generación después de haber sido aparentemente aplastada por los galos. Por el 350 a. C. se había convertido en una de las cuatro grandes potencias de la Península Italiana; las otras tres eran los galos en el Norte, los samnitas en el Centro y los griegos en el Sur.


Isaac ASIMOV, «Superviviencia de la República», en La República Romana, capítulo 2, páginas 22-25.