Más de lo suficiente
Emprendí mi viaje a Roma el martes 29 de agosto de 2006.
Luego de una conexión de cinco horas en Ámsterdam llegué la tarde del miércoles con la gracia de Dios al aeropuerto de Fiumicino. Una de tres maletas no llegó en mi vuelo y, tras esperarla en vano una hora, la reporté a la compañía. Fueron por mí el Padre que será mi formador y un hermano de la Provincia de Estados Unidos que estudia acá desde hace dos años.
Tal y como me había dicho Pepe, es inolvidable la vista de la cúpula de San Pedro cuando aparece de pronto ante la vista, al acercarse el taxi a casa.
Hoy es viernes. Ya llegó mi maleta, tal y como lo había prometido la aerolínea. Pero todavía no me cae el veinte: es extremadamente hermoso para ser real. Los hermanos y los Padres son muy buenos. El Padre General quiso verme antes de partir de viaje. Vivo en Sant’Andrea Della Valle, la basílica romana con la cúpula más alta, en pleno centro. Desde allí tomé unas fotos.
A unos pasos de la Basílica está el monumento al rey Víctor Manuel II y hoy también lugar del soldado desconocido.
Impresionantemente blanco.
También están cercanos el Coliseo y los foros imperiales, la Universidad Gregoriana, el Instituto Bíblico –donde estudiaré–, la fuente de Trevi, el Río Tíber y el Trastévere, Santa María Sopra Minerva, el Panteón de Agripa y las ruinas de Adriano, Campo dei Fiori, ¡en fin! Todo es bello, me faltan palabras para narrar, cada esquina respira siglos de historia.
He probado la pizza, el spaghetti, el queso, el café, la cerveza, el vino. He visto el Cristo de Miguel Ángel y las tumbas de santa Catalina de Siena y con especial fervor la de Paulo IV, uno de nuestros fundadores.
El martes, antes de partir de la Casa de la Colonia Roma nos reunimos en la Capilla, los hermanos hicieron oración por mí y yo me encomendé a sus oraciones. Ernesto dijo que había leído algo así:
Que tengas el suficiente sol,
el suficiente calor,
el suficiente amor…
Lo suficiente, pues, –me dijo–, para ser feliz.
Hoy tengo más de lo suficiente.
Me voy a Misa.
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