14 de diciembre de 2006

01 Italia en los comienzos

Investigando por allí y por allá encontré que Isaac Asimov (EUA, 1920-1992) escribió sobre la historia antigua de Roma.


Los que me conocen sabrán que la ficción científica en la literatura y en el cine es uno de mis géneros favoritos. Esto se debe en gran parte a la ocasión en que mi padre llevó a casa un lote de libros usados que le vendieron en el trabajo y que compró con la esperanza de que sus hijos leyéramos, entre los cuales iba una antología de los cuentos de Asimov sobre robots. Sin embargo, hoy descubrí que gran parte de la obra de este autor consiste en libros de divulgación en los que puso al alcance de muchos los datos más interesantes de las ciencias exactas y humanas. Mientras me lo vaya permitiendo el tiempo, me gustaría ir compartiendo aquí lo que vaya leyendo de este autor sobre la ciudad en que, por gracia de Dios, estoy viviendo. Al final de la cita de hoy vienen los datos bibliográficos para que quien se interese consiga la obra editorial impresa.


1. Los siete reyes [1 de 4 partes]


Extendida hacia el Sur desde el Continente Europeo hay una península que penetra en el mar Mediterráneo, de unos 800 kilómetros de largo y cuya forma se asemeja mucho a la de una bota. Tiene una punta bien formada y un talón elevado. Se la conoce por el nombre de Italia.
En esa península surgió un Estado que llegó a ser el más grande, el más poderoso y el más respetado de la antigüedad. Fue en sus comienzos una pequeña ciudad, pero a lo largo de los siglos llegó a dominar todo el territorio comprendido entre el océano Atlántico y el mar Caspio, y desde la isla de Inglaterra hasta el Nilo superior.


Su sistema de gobierno tenía muchos defectos, pero era mejor que cualquier otro anterior a él. Con el tiempo llevó la paz y la prosperidad durante siglos a un mundo que había sido sacudido por guerras continuas. Y cuando finalmente se derrumbó, los tiempos que siguieron fueron tan duros y miserables que durante mil años los hombres lo juzgaron retrospectivamente como una época de grandeza y felicidad.


En un aspecto fue, ciertamente, único. Fue la única época de la Historia en que todo el Occidente civilizado se halló bajo un solo gobierno. Por ello, sus leyes y tradiciones han influido en todos los países del Occidente actual.


En este libro pretendo relatar brevemente la primera parte de la historia romana: su ascenso hasta el poder. Este relato incluye una serie extraordinaria de triunfos y desastres; en él veremos una gran valentía en el momento de la batalla y también a veces estupidez; veremos sórdidas intrigas internas y, a veces, un encendido idealismo. En este libro, pues, me centraré en las emociones de la guerra y la política.


Es menester recordar, claro está, que la historia es más que eso. Es también el registro de las ideas y costumbres que ha creado un pueblo, las obras de ingeniería que llevó a cabo, los libros que escribió, el arte que compuso, los juegos con que se divertía, su forma de vida, etcétera.


Algo diré sobre la vida y el pensamiento romanos, pero son los soldados y los políticos quienes recibirán más atención en la historia que voy a empezar.


Italia en los comienzos


Digamos desde ya que no había absolutamente ninguna razón para sospechar que sería en Italia donde el mundo antiguo alcanzaría su apogeo. Alrededor del 1000 antes de Cristo, Italia era una tierra atrasada, escasamente poblada por tribus incivilizadas.


En otras partes hacía tiempo que existía la civilización. Las pirámides de Egipto habían sido construidas más de quince siglos antes. En el Cercano Oriente, durante esos siglos, habían florecido muchas ciudades, y en la isla de Creta había existido una avanzada civilización, que tenía una armada e instalaciones de cañerías.


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Más tarde, entre el 1200 y el 1000 a. C., se produjo una gran conmoción. Hubo desplazamientos de pueblos y las viejas civilizaciones se tambalearon. Las tribus que descendieron del Norte tenían armas de hierro, duras y filosas espadas que podían atravesar los escudos de bronce, más blandos, de los ejércitos civilizados. Algunas de esas civilizaciones fueron destruidas; otras quedaron muy debilitadas y perturbadas.


Las tribus con armas de hierro también se expandieron hacia el Sur y llegaron a Italia por el 1000 a. C. Pero aquí no había civilizaciones que destruir. En verdad, los recién llegados fueron un avance cultural. Sus restos han sido hallados por los arqueólogos modernos, y particularmente ricos fueron los descubiertos en Villanova, un suburbio de la ciudad de Bolonia, en el centro de la Italia Septentrional. Por ello, a los miembros de esas tribus que usaban el hierro se los llama los villanoveses.


Poco tiempo después de la llegada de los villanoveses surgió en Italia la primera civilización verdadera. El pueblo que creó esta civilización se llamaba a sí mismo los «rasena», y los griegos los llamaban «Tyrrhenoi». La parte del mar Mediterráneo que está inmediatamente al sudoeste de Italia es llamada hasta el día de hoy «mar Tirreno».


Nosotros conocemos a ese pueblo como los «etruscos», y la tierra que habitaron fue llamada «Etruria».


Etruria se extendió por la costa occidental de Italia desde el centro —desde el río Tíber— hasta el río Arno, a unos 360 kilómetros al Noroeste. En tiempos modernos, buena parte de esa región constituye la parte de la Italia moderna llamada Toscana, nombre que, obviamente, hace recordar a los etruscos.


¿Quiénes eran los etruscos? ¿Eran los villanoveses que se civilizaron lentamente? ¿O eran nuevas tribus que llegaron a Italia desde regiones que ya estaban civilizadas? Es difícil saberlo. La lengua etrusca no ha sido descifrada, de modo que sus inscripciones son todavía un misterio para nosotros. Además, en los siglos siguientes, su cultura y modo de vida fueron tan bien absorbidas por las civilizaciones posteriores que poco es lo que queda de ellos para informarnos sobre su historia primitiva. Los etruscos todavía son un interrogante.


Los antiguos, sin embargo, creían —y quizá tuviesen razón— que los etruscos llegaron a Italia desde Asia Menor, poco después del 1000 a. C. Tal vez los etruscos fueron expulsados de Asia Menor por la misma serie de invasiones y migraciones de bárbaros que llevaron a los villanoveses a Italia.


Las ciudades etruscas tenían una floja unión unas con otras, y entre 700 y 500 a. C. llegaron al apogeo de su poder. Por entonces dominaban casi toda la Italia Central, habían penetrado en el valle del Po, en el Norte, y llegado hasta el mar Adriático.


Puesto que es tan poco lo que se sabe de los etruscos, es fácil subestimarlos y subestimar su contribución a la historia de la Humanidad. La Roma primitiva era casi una ciudad etrusca y buena parte de su cultura y sus tradiciones básicas estaban tomadas de los etruscos. La religión romana tenía un fuerte tinte etrusco, y lo mismo el ritual que rodeaba al gobierno de la ciudad, sus juegos, sus ritos «triunfales» y hasta parte de su vocabulario.


En siglos posteriores, el arte etrusco recibió una gran influencia de los griegos, pero hubo siempre mucho que era puramente etrusco y tenía su atractivo propio. En las estatuas etruscas, los labios se curvan fuertemente hacia arriba y forman lo que se llama la «sonrisa arcaica», que les da un extraño matiz cómico.


El arte etrusco muestra una vigorosa influencia oriental. Esto puede indicar el origen asiático del pueblo o sencillamente la extensión de su comercio con Oriente; pero este último caso puede ser también un testimonio de su origen asiático.


Aunque no descifrada, su lengua ha sido sondeada incansablemente para buscar cualquier indicio concerniente a su origen. Los testimonios de ella consisten principalmente en breves inscripciones de las tumbas, y la labor de los expertos no ha hecho más que aumentar la confusión. Algunos hallan indicios de que la lengua es indoeuropea; otros, de que es semítica. A veces se ha sostenido que pueden hallarse presentes ambas influencias y que la lengua es el resultado de una fusión de un campesinado indoeuropeo dominado por una aristocracia proveniente de Asia y de lengua semítica. Otra tesis es que la lengua etrusca no se relaciona con ninguna otra, sino que, como el vasco, es una reliquia de los tiempos anteriores a la invasión y ocupación de Europa por pueblos indoeuropeos.


La religión etrusca, como la de los egipcios, se centraba principalmente en la muerte. Las tumbas eran objeto de un trabajo muy elaborado; la mayor parte de las estatuas que nos han llegado estaban destinadas a la conmemoración de los muertos; un tema favorito de este arte es la fiesta fúnebre. El ritual religioso era sombrío y se daba mucha importancia a los intentos de predecir el futuro estudiando las entrañas de los animales sacrificados, el vuelo de las aves o el trueno y el rayo. Los romanos heredaron mucho de esto, y en toda la historia de la República a menudo la superstición guió su conducta.


La ingeniería y la tecnología etruscas parecen haber sido de primera calidad para su época. Las ciudades eran amplias y bien edificadas, con macizas murallas construidas con grandes peñascos unidos sin cemento. Tenían buenos caminos y túneles; tenían templos mayores que los de los griegos y en los que usaban el arco, que no tenían los templos griegos.


En su sociedad, las mujeres ocupaban una posición de considerable prestigio. Esto no era frecuente en las sociedades antiguas, y cuando ocurría, habitualmente es tomado como signo de que la cultura era ilustrada y «moderna» en su visión de la vida.


En suma, el ámbito etrusco fue una especie de Roma antes de Roma, pero tomó un camino equivocado, pues sus ciudades nunca lograron unirse en un gobierno centralizado. A causa de esto, una ciudad exterior a Etruria, que centralizó las regiones situadas a su alrededor y que tuvo siempre un objetivo en vista, derrotó a las numerosas ciudades etruscas (cada una de las cuales era, en un principio, más fuerte que ella) una por una y poco a poco, hasta barrerlas, dejándonos sólo un misterio que quizá nunca sea resuelto.


Pero mientras los etruscos se establecían en Italia, otros pueblos orientales penetraban en el Mediterráneo Occidental. Los fenicios, procedentes del borde oriental del Mediterráneo, eran eficientes colonizadores y fundaron muchas ciudades en el norte de África. De ellas, la que iba a llegar a ser más famosa y potente era Cartago, situada cerca de la moderna ciudad de Túnez. La fecha tradicional de la fundación de Cartago era el 814 a. C.


Cartago estaba solamente a 460 kilómetros al sudoeste de la punta de Italia, y entre Italia y Cartago se hallaba la gran isla triangular de Sicilia, que para todo el mundo parece como una pelota triangular a punto de ser pateada por la bota italiana. A causa de su forma triangular, los griegos la llamaban trinacria, que significa «de tres puntas». El nombre, mucho más conocido, de «Sicilia» deriva del nombre tribal de sus más antiguos habitantes conocidos: los sículos.
Cartago estaba solamente a 150 kilómetros al sudoeste del extremo occidental de Sicilia.


Los griegos también se desplazaron hacia el Oeste desde sus centros de población, que estaban a unos 350 kilómetros al sudeste del talón de la bota italiana. En el siglo VIII a. C., los griegos fundaron muchas ciudades florecientes en el sur de Italia; estas ciudades llegaron a ser tan prósperas que la región fue llamada la Magna Grecia en tiempos posteriores.


La ciudad de la Magna Grecia que iba a ser más famosa fue llamada Taras por los griegos y Tarentum (Tárento) por los romanos. Fue fundada alrededor del 707 a. C., y estaba situada sobre la costa marina de la parte interior del talón de la bota italiana, allí donde la costa se dobla para formar el empeine.


La isla de Sicilia fue colonizada por los griegos en sus tramos orientales y por los cartagineses en el Oeste. La más grande y famosa de las ciudades griegas de Sicilia fue Siracusa, fundada por el 734 a. C. Estaba ubicada en la costa sudoriental de la isla.


Esta era, pues, la situación a mediados del siglo VIII antes de Cristo. Los etruscos dominaban el centro de Italia y los griegos el sur, mientras los cartagineses estaban sobre el horizonte del sudoeste. Fue por entonces cuando se fundó una pequeña aldea llamada Roma en las márgenes meridionales del río Tíber, en la frontera etrusca.


Roma formaba parte de un distrito italiano llamado el Lacio, que se extiende a lo largo de la costa por unos 150 kilómetros al sudoeste de Etruria. El Lacio, al igual que Etruria, no constituía un gobierno centralizado. En cambio, cada distrito consistía en una serie de ciudades-Estado, pequeñas zonas formadas por una región agrícola más una ciudad central. Cada ciudad-Estado era independiente, pero formaban alianzas con las ciudades vecinas para su defensa contra un enemigo común.


Unas treinta ciudades del Lacio, que tenían una lengua común (el latín) y costumbres similares, se unieron para formar una Liga Latina alrededor del 900 a. C., probablemente para defenderse contra los etruscos, quienes a la sazón estaban empezando a establecerse firmemente en el Noroeste. La ciudad más importante y la dominante de la Liga Latina por aquellos remotos días era Alba Longa, situada a unos 20 kilómetros al sudeste del lugar en el que se levantaría más tarde Roma.


Isaac ASIMOV, «Los siete reyes», en La República Romana, capítulo 1, páginas 2-5.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que tal Charly, me da gusto saber que estas bien.interesante tu artículo porque uno aprende mas y no es aburrida la forma en que relatas tu estancia en la ciudad eterna. saludos a los hnos. que esten bien.

Çhªrl¥ ©® dijo...

Lorenzana, qué milagrazo. Gracias por leer este "post", pero debo aclararte que éste no lo redacté yo, sino que lo copié de un libro de Isaac ASIMOV, como dice al final. Mi único mérito fue dibujar y colorear el mapita...
Espero sigas por acá leyendo.