09 El Lacio y más allá de él
La conquista de Italia [1 de 4 partes]
Hagamos una pausa para examinar el cambio en la situación del mundo en los cuatro siglos transcurridos desde la fundación de Roma.
En el Este hacía tiempo que el Imperio Asirio había muerto, vencido y olvidado. En su lugar había surgido un reino aún más vasto, más poderoso y mejor gobernado: el Imperio Persa. En el 350 a. C., aunque el apogeo de Persia había pasado, aún gobernaba sobre grandes partes del Asia Occidental, desde el mar Egeo hasta la India, y además dominaba a Egipto.
Los griegos habían pasado por un período de gran esplendor durante el primer siglo de la República Romana. Mientras Roma se liberaba lentamente de la dominación etrusca, la ciudad griega de Atenas llegaba a una cima de la cultura que fue única en la historia del mundo.
Desgraciadamente, las ciudades griegas estaban en una lucha constante unas contra otras, y por la época en que los galos penetraban en Italia Central, Atenas fue derrotada en la guerra por su principal rival, Esparta, a tal punto que nunca logró recuperarse completamente. Poco después, Esparta también fue derrotada por la ciudad griega de Tebas. En 350 a. C., las querellas entre las ciudades griegas las había reducido a todas a un eterno tira y afloja en el que todas perdían y ninguna ganaba.
En Sicilia, al sur de Italia, hubo un chispazo de grandeza griega, pues mientras Roma se recuperaba de la conquista gala, la ciudad de Siracusa era dominada por un vigoroso gobernante, Dionisio. Casi toda Sicilia cayó bajo su dominación, y sólo el extremo occidental siguió siendo cartaginés. Además, su poder se extendió sobre buena parte de las regiones griegas de Italia Meridional. Pero en 350 a. C. hacía diecisiete años que Dionisio había muerto, y bajo sus débiles sucesores Siracusa decayó rápidamente.
Pero una pequeña tierra situada al norte de Grecia alcanzó una inesperada grandeza. Era Macedonia, cuyos habitantes hablaban un dialecto griego, pero eran considerados, en el mejor de los casos, como semibárbaros por los cultos griegos del Sur.
Hasta 359 a. C., Macedonia no había sido más que un remanso sin ninguna importancia en la historia, pero ese año llegó al poder un hombre extraordinario: Filipo II. Casi inmediatamente aplastó a las tribus bárbaras de las fronteras de Macedonia. Estas habían ocasionado continuos trastornos a los predecesores de Filipo en el trono y habían impedido que Macedonia desempeñase un papel importante en los asuntos mundiales. Ahora Filipo tuvo las manos libres.
Además, selló una alianza con el Epiro, país situado al oeste de Macedonia sobre la costa marina, separado del talón de la bota italiana por un estrecho brazo de mar de unos 80 kilómetros. Filipo se casó con una princesa de la familia real epirota y luego colocó a su cuñado Alejandro I en el trono de Epiro.
Filipo formó un grande y eficiente ejército, cuyo núcleo era una bien entrenada falange. Esta consistía en soldados de infantería dispuestos en filas muy apretadas.
Las filas traseras tenían largas lanzas que reposaban sobre los hombros de los que formaban las filas delanteras, de modo que la falange se asemejaba a un puercoespín erizado. La falange, entrenada para maniobrar con precisión, ya avanzase al paso, ya cambiase de posición a la derecha o la izquierda, podía sencillamente destrozar en su camino a ejércitos menos organizados como si fuera un ariete. (En verdad, la palabra «falange» proviene de un término griego que designa a un leño usado como ariete.)
Filipo hizo que la falange fuese apoyada por la caballería y un sistema de suministros eficientemente organizado. Por el 350 a. C., Filipo estaba haciendo sentir su poder en Grecia, y las ciudades griegas empezaron a intentar (vanamente) detenerlo.
Nada de esto afectó a los romanos. Todos estos sucesos, hasta el surgimiento de gobernantes fuertes en Sicilia y Macedonia, ocurrían demasiado lejos para que les preocupase en 350 a. C. Para Roma, sólo dos potencias representaban un peligro: las tribus galas del Norte y las tribus samnitas del Este y el Sur. Roma aprovechó todas las oportunidades que se le presentaron para debilitarlas y volverlas inocuas.
La primera oportunidad se le presentó a Roma por una especie de guerra civil entre los samnitas. Las tribus samnitas de Campania estaban en conflicto con las del mismo Samnio, y los campanienses solicitaron ayuda a Roma. (En los siglos siguientes, Roma siempre estuvo dispuesta a escuchar los pedidos de ayuda, siempre cumplió sus promesas y siempre se quedó con el botín. Al parecer, quienes usaron la peligrosa arma de la ayuda romana nunca aprendieron cuan fatal era su ayuda. Puede excusarse a los samnitas de Campania por ser los primeros.)
En 343 a. C., los romanos hicieron una alianza con la ciudad de Capua y declararon la guerra a los samnitas. Así empezó la Primera Guerra Samnita, que puede ser considerada como el primer paso de Roma hacia la dominación mundial. No fue una guerra particularmente notable, pero, después de dos años de combates no muy intensos, los samnitas fueron expulsados de Campania y se impuso la influencia romana sobre la región. En 341 antes de Cristo se convino la paz por ambas partes sin una tajante victoria de ninguna de ellas.
Probablemente Roma pensó que era prudente hacer la paz con los samnitas sin haber obtenido una victoria realmente aplastante, a fin de precaverse frente a problemas más cercanos. Mientras los ejércitos romanos luchaban en Campania, se suponía que sus aliados latinos mantendrían a raya a los samnitas del mismo Samnio. Pero los latinos en modo alguno deseaban hacer esto. Muchos de ellos pensaban que Roma era un amo opresivo, y ciertamente el momento parecía propicio para una revuelta, ya que los ejércitos romanos estaban ocupados en otra parte. En 340 a. C. comenzó la Guerra Latina
Desgraciadamente para los latinos, escogieron mal el momento. Por la época en que se había iniciado la revuelta, Roma se había percatado de lo que se preparaba; había hecho la paz con los samnitas y enviado sus ejércitos hacia el Norte nuevamente. En dos batallas campales, los romanos derrotaron completamente a los aliados latinos. En una de ellas, el cónsul romano Publio Decio Mus se hizo matar deliberadamente, pensando que mediante este sacrificio a los dioses inferiores podía asegurar la victoria para su ejército. (Este sacrificio tal vez fuese realmente útil, pues los soldados, pensando que ahora los dioses estaban de su lado, quizá luchasen con redoblado fervor, mientras que el enemigo, por el contrario, acaso se sintiese desalentado.)
Roma pudo volverse ahora cómodamente contra las ciudades latinas que aún resistían y las sometió una por una. Por el 338 a. C. se extendía por el Lacio la quietud de la muerte.
Durante décadas hubo también periódicas escaramuzas entre los romanos y los galos Los romanos triunfaron constantemente, aunque generalmente permanecieron a la defensiva contra el bien recordado y aún temido enemigo. Pero se hizo cada vez más obvio para los galos que obtendrían poco beneficio de su lucha con los romanos, y las victorias de éstos sobre los samnitas y los latinos parecían augurar aún menos provecho para el futuro. En 334 a. C, los galos concertaron una paz general y se retiraron a sus fértiles tierras del Valle del Po.
Samnitas y galos habían sido domesticados de algún modo y los aliados latinos castigados. Roma, pues, se dedicó a reorganizar sus dominios, que ahora se extendían por unos 11.500 kilómetros cuadrados y contenían una población de al menos medio millón de personas.
No hizo ningún nuevo intento de fingir que ella sólo era la cabeza de una liga de aliados. El Lacio fue convertido en territorio romano, y la mayoría de las ciudades tuvieron que abandonar toda forma de autogobierno y convertirse en meras colonias. Ya no pudieron hacer acuerdos entre ellas y sus mutuas relaciones recibieron la mediación de Roma. Las leyes que las gobernaban fueron establecidas por Roma, y fue al juicio de ésta al que debieron apelar. Sin embargo, sus habitantes podían adquirir la ciudadanía romana si se trasladaban a Roma.
Todo esto no fue tan malo como parece. En general, el gobierno romano fue eficiente. Quizá haya sido más duro que los tipos de gobierno a los que estamos acostumbrados, pues los romanos no tenían nuestra idea de la democracia, pero las ciudades latinas fueron gobernadas por Roma como se habían gobernado a sí mismas. Además, como parte de una región mayor, se vieron libres de las constantes guerras entre unas y otras. Con la paz aumentaron el comercio y la prosperidad.Gracias al buen gobierno y a los buenos tiempos, las ciudades latinas y las otras regiones de Italia dominadas por Roma habitualmente permanecieron fieles a ella, aun cuando la ciudad sufrió grandes desastres un siglo más tarde y cuando las rebeliones podían haber destruido para siempre el poder romano. (La moraleja de esto, como podemos ver, es que las conquistas pueden parecer gloriosas e inspirar fascinantes capítulos en los libros de historia, pero los resultados duraderos se logran mediante la monótona, laboriosa y cotidiana tarea del buen gobierno.)
Isaac ASIMOV, «La conquista de Italia», en La República Romana, capítulo 3, páginas 26-28.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario