07 La decadencia de los etruscos
Superviviencia de la República [3 de 4 partes]
Las querellas internas de Roma podían haber provocado su fin a manos de algún vecino agresivo, pero ya entonces se manifestó la buena fortuna que iba a acompañar a los romanos durante muchos siglos. Los vecinos más peligrosos eran los etruscos, pero éstos ya habían iniciado una rápida decadencia.
Gracias a la labor de Porsena, Roma y las otras ciudades latinas no parecían constituir un peligro para los etruscos, quienes entonces trataron de expandirse por las exuberantes y fértiles regiones situadas al sur del Lacio. Estas regiones formaban la Campania, la parte más rica de Italia en tiempos antiguos.
No parecía haber ningún obstáculo ante los etruscos, excepto las ciudades griegas, pero éstas, como siempre, estaban desunidas y era posible enfrentarlas una por una. En 474 a. C., los etruscos pusieron sitio a Cumas, la más septentrional de las ciudades griegas de la Magna Grecia.
Pero desgraciadamente para los etruscos, el asedio se produjo en un momento culminante de la historia griega. En la misma Grecia, el poderoso Imperio Persa había sido derrotado; en Sicilia, las fuerzas cartaginesas habían sufrido un abrumador golpe. En todas partes los griegos se sintieron triunfantes. Para ellos, no había ningún «bárbaro» demasiado difícil de derrotar.
Por consiguiente, cuando Cumas pidió ayuda, su llamado fue escuchado. Fue a su rescate Gelón, gobernante de Siracusa. Seis años antes había derrotado a los cartagineses, y estaba muy dispuesto a extender su poder a Italia. Envió al Norte sus barcos y los etruscos fueron totalmente derrotados.
Fue una derrota definitiva, pues nunca más los etruscos osaron aventurarse por el sur de Italia.
En lugar de los etruscos, pasaron a primer plano en el Sur las tribus nativas italianas. Las principales de ellas eran los samnitas. El centro de su poder era el Samnio, que estaba al este y el sudeste del Lacio.
Derrotado el poder etrusco por los griegos, los samnitas penetraron en la Campania y se apoderaron de ella. En el 428 a. C. tomaron Capua, la mayor ciudad no griega de la región.
Pero si los etruscos tuvieron que retirarse del Sur, peor les fue en el Norte.
Por la época en que los villanovianos (véase página 3) entraron en Italia, otro grupo de pueblos, los galos, avanzaron detrás de ellos y ocuparon buena parte de Europa al norte de los Alpes.
Después del 500 a. C., tribus galas se abrieron paso a través de la barrera de los Alpes, que encerraban la Italia Septentrional en un semicírculo, y empezaron a chocar con los colonos etruscos del fértil valle del Po. Poco a poco, a medida que pasaron los años, los galos extendieron su dominación. Y a medida que los galos avanzaban sin pausa, los etruscos se retiraban, hasta que todo el Valle del Po constituyó lo que fue llamado la Galia Cisalpina, que significa «la Galia de este lado de los Alpes»: «este lado» desde el punto de vista de Roma, por supuesto.
(La región situada al oeste y al norte de los Alpes fue llamada a veces la Galia Transalpina, o «la Galia del otro lado de los Alpes». Pero la Galia Transalpina era tanto mayor que la otra y, en siglos posteriores, fue tanto más importante, que se la llamó sencillamente «la Galia».)
A fines del siglo v, los etruscos estaban evidentemente en una crítica situación. Derrotados y expulsados de Campania y del Valle del Po, ahora tuvieron que luchar desesperadamente y sin éxito para mantener a los galos fuera de la misma Etruria. Los galos efectuaron devastadoras correrías por el corazón del país, y los desalentados etruscos sólo hallaron seguridad dentro de las murallas de sus ciudades.
Mientras los desastres se acumulaban año tras año para los etruscos, los romanos obtuvieron en forma creciente la libertad de reñir entre sí y contra las otras ciudades del Lacio.
La lucha no fue siempre fácil. Los volscos extendían su dominación sobre la mitad sudoriental del Lacio (avance que quizá fue la base de la leyenda de Coriolano) y se aliaron con los ecuos, tribus que habitaban en las regiones montañosas de los bordes orientales del Lacio.
En relación con las guerras que los romanos libraron contra los ecuos hay una leyenda que siempre ha gozado de gran popularidad, la de Lucio Quincio Cincinato. Era un patricio del mismo género de Coriolano, contrario al tribunado y a toda ley escrita. Pero es también pintado como un modelo de virtud e integridad de viejo estilo. Vivía frugalmente, trabajaba él mismo sus tierras y era un patriota completo. Cincinato se había retirado disgustado a su finca, negándose a intervenir en la política, porque su hijo había sido exiliado por usar un lenguaje violento contra los tribunos.
En 458 a. C., los romanos estaban fuertemente acosados por los ecuos, y un cónsul y todo su ejército se vieron amenazados por el desastre. Entonces se llamó a Cincinato. Se le nombró dictador. Según la ley romana, éste era un funcionario dotado de poder absoluto que se designaba en momentos muy difíciles, pero sólo por un lapso de seis meses. La palabra proviene de una voz latina que significa «decir», porque todo lo que el dictador decía era ley.
Cuando se le informó de su designación, Cincinato estaba arando su campo. Dejando el arado donde estaba, se marchó al foro, reunió un nuevo ejército, avanzó rápidamente hacia el lugar de la batalla, atacó a los ecuos impetuosamente, los derrotó, rescató al cónsul y su ejército y volvió a Roma, todo ello en un día. (Es demasiado para que sea cierto.)
De vuelta en Roma, Cincinato renunció inmediatamente a la dignidad dictatorial, sin ningún intento de usar su poder absoluto ni un momento más de lo necesario, y volvió a su finca.
(Este ejemplo de virtud, del uso del poder sin abuso, impresionó mucho a las posteriores generaciones. Al final de la Guerra de la Independencia Norteamericana, George Washington pareció un nuevo Cincinato. Por ello, los oficiales del Ejército Revolucionario formaron «La Sociedad de los Cincinnati» —usando el plural latino del nombre— una vez terminada la guerra. En 1790, una ciudad de orillas del río Ohio fue reorganizada y ampliada por un miembro de la Sociedad, y fue llamada Cincinnati en su honor.)
Mientras Etruria era devastada por los galos, los ejércitos romanos hasta se volvieron triunfalmente contra sus viejos opresores. La más meridional de las ciudades etruscas era Veyes, situada a sólo 20 kilómetros al norte de Roma. Era ciertamente más grande que Roma, y hasta quizá haya sido la mayor de todas las ciudades etruscas.
Las leyendas romanas hacen de Veyes una persistente enemiga de Roma y muestra a las dos ciudades casi constantemente en lucha, con no menos de catorce guerras entre las dos. Tal vez haya en esto alguna exageración, pues durante la mayor parte de los primeros tres siglos y medio de la historia romana, Veyes debe de haber sido, con mucho, la más fuerte de las dos ciudades, y Roma debe de haberla tratado con mucha cautela.
Pero ahora que Etruria estaba totalmente absorbida en la lucha contra los galos, Roma avanzó al ataque. En 406 a. C., los romanos pusieron sitio a la ciudad y, según la tradición, lo mantuvieron durante diez años bajo la conducción de Marco Furio Camilo. Finalmente, en 396 a. C., fue tomada y destruida, y su territorio anexado a Roma.
Después de la victoria, sigue el relato, Camilo fue acusado de haber distribuido sin equidad el botín. Lleno de cólera, abandonó a su ingrata ciudad en el 391 a. C. para marchar a un exilio voluntario.
Isaac ASIMOV, «Superviviencia de la República», en La República Romana, capítulo 2, páginas 20-22.